jueves, diciembre 14, 2006

Este blog ha terminado pero, ¡aún hay más!

Por razones principalmente técnicas, este blog se ha trasladado. Puedes seguir leyendo las ocurrentes aventuras del Malvado Ventrílocuo de Saint Olaf en:
malvadoventrilocuo.blogspot.com

lunes, noviembre 14, 2005

Cristal de color gripe

Oí decir una vez a Desmond Morris (autor de “El mono desnudo”) que hombres y mujeres se orientan utilizando mecanismos cerebrales diferentes:

Según esta teoría, las mujeres tienden a orientarse mediante referencias visuales, desde el suelo; es decir: las mujeres recuerdan los caminos como una sucesión de elecciones, una por cada bifurcación del camino. Para describir el trayecto que lleva al cine, por ejemplo, ellas pensarían: “hay que recorrer esta avenida hasta el fondo, después girar a la derecha y, finalmente, meterte por la tercera a la izquierda”.

En cambio los hombres parece que se orientan mediante la visualización de un mapa mental, como si vieran el recorrido desde el aire. Ellos pensarían: “el cine se encuentra hacia el norte, a unos 1500 metros, en el límite de la ciudad”. Supuestamente, esto implicaría que los hombres tienden a ser mejores en la interpretación de mapas y, en general, en todo lo concerniente a la orientación.

No tengo ni idea de sí esta teoría es cierta o no. En lo que a mi respecta, aún no he conocido a una sola mujer que se oriente peor que yo. Claro que eso tampoco significa demasiado: podría decirse que mi habilidad para perderme es casi un superpoder. Puedo perderme prácticamente en cualquier sitio, por pequeño y simple que parezca. Me gustaría quedar con vosotros para demostrároslo, pero no creo que sea capaz de llegar al lugar de la cita.

Por un lado, esta maldición parece espantosa. Sería incapaz de regresar a la mayoría de los lugares que han significado algo en mi vida. Esta estupidez extrema –en lo que a orientación se refiere−, actúa como un grillete que me impide ir a donde quiero: me encantaría volver a cenar en el restaurante al que fui el viernes pasado, pero no tengo la menor idea de donde se encuentra.

Pero, por otra parte, ¿habéis pensado en las apetitosas ventajas? Todos los días tengo la sensación de estar visitando una ciudad distinta. Para encontrar nuevos caminos, solo tengo que volver a recorrer los de siempre. Me ahorro mucho dinero en viajes. Además, el mundo me parece mucho más grande.

Me pregunto como verán las cosas las personas que sí pueden orientarse. Para mí, cada lugar que conozco, cada experiencia que he tenido, se encuentra en una especie de universo paralelo. En mi cabeza no existe un camino que una un punto con otro; cada rincón es un mundo independiente. Si alguien me hubiera preguntado cuando era pequeño: “Perdona, ¿sabes como se va al centro?” yo le habría contestado: “sí, solo tienes que meterte en el coche y esperar”.

¡Vaya! Creo que he perdido el hilo; este post no iba a hablar de mi don para extraviarme, sino de la diferencia entre ver las cosas desde dentro y verlas a vista de pájaro. Sabéis a qué me refiero, ¿verdad? Hoy he vuelto a preguntarme por qué nos cuesta tanto comprender, disfrutar, sufrir, o valorar cualquier situación adecuadamente cuando nos encontramos sumergidos en ella. ¿Por qué les resulta mucho más fácil tomar la opción correcta a quienes lo ven todo desde fuera, precisamente a quienes menos información sobre el asunto parecen tener?

No termino de entenderlo. ¿Qué clase de criatura inteligente reacciona peor cuanto más sabe? Sospecho que solo los seres humanos (la única criatura inteligente que conozco, por otro lado, y la misma que inventó la palabra “inteligente”). Claro que cada uno sufre las consecuencias de esta falta de perspectiva a su manera. Mi abuelo dice que lo pasamos mal por su culpa y que, si pudiéramos ver nuestra vida de forma global, todas nuestras preocupaciones nos parecerían ridículas. En cambio yo, más que por las preocupaciones, temo por los momentos felices. ¿Y si no los estoy disfrutando lo suficiente por no saber mirarlos objetivamente? ¿Y si me estoy perdiendo en los detalles? Intento recordar que, lo que ahora desprecio de puro normal, dejará de ser normal algún día, como tampoco lo fue antes. Quizá hoy no tendría que haber escrito un post, sino un postit: uno grande y amarillo fosforescente, pegado encima de la tele que dijera:

“Carpe diem, pero a vista de pájaro”

Hoy está lloviendo en la calle. Hace frío, la luz es tenue y los contornos nítidos. Los árboles se zarandean, las hojas bailotean arrastradas por una brisilla suave, que huele a hierba, a tierra mojada y a campo. Hoy es un día precioso, de los que añoraba en verano, lo recuerdo. Y, sin embargo, cuando me he levantado esta mañana helado y muerto de sueño, con un terrible dolor de garganta y un probable examen sorpresa por delante, he mirado hacia la calle por la ventana y he pensado: “Vaya mierda de día”.

Supongo que me faltó perspectiva. No me extraña, lo miré a través de un cristal de color gripe.

(Porcentaje de realidad: 70%)

viernes, noviembre 11, 2005

Un billete de verdad



Un verdadero billete debe tener la marca de la rotura. Si no tuviera esos flecos de papel, significaría que nunca ha estado unido a otros billetes, lo que nos lleva a pensar que se trata de un billete de mentira.

Conclusión: si no tienes las marcas de una ruptura, es que no eres auténtico (al menos en el mundo de los billetes).

(Porcentaje de realidad: 100%)

miércoles, noviembre 02, 2005

Reemplazo y olvido de algo más que un teléfono

No se puede decir que mi móvil y yo fuéramos verdaderos amigos. Él tenía su vida y yo la mía. Nunca conseguimos hacer que nuestro enfoque del mundo coincidiera, ni siquiera en los detalles más elementales. Sin embargo, ahora que ha caído en desgracia, me siento apegado a él, como si fuese una parte de mí o una época de mi vida la que se guarda en una caja del trastero. No debería echarle de menos; después de todo, él no eligió marcharse: fui yo quien lo sustituyó por una criatura más inteligente, avanzada y, sobre todo, más obediente. ¿Quién iba a decirle al pobre cuando lo fabricaron −tan sofisticado, tan a la última−, que algún día lo devoraría un recién llegado?


(Porcentaje de realidad: 85%)

martes, noviembre 01, 2005

No seas tu mismo

Tengo entendido que las personas suelen sentirse incomprendidas y creen que, si alguien llegara a conocerlas realmente, no tendría más remedio que quererlas. Yo siempre he pensado que si alguien me conociera de verdad me dejaría de lado. Lo digo en serio, pero no es tan horrible como parece. No me caigo bien, no soy la persona a la que me gustaría tener cerca, pero confío en mi habilidad para disimular y mostrar al mundo, en mi lugar, a un tipo mejor y más interesante que yo. La gente suele decir “solo podrás gustar a los demás si empiezas por gustarte a ti mismo”. No os lo creáis, es mentira, lo he comprobado: hay a quien le caigo bien. Supongo que algunas frases suenan tan lógicas, tan redondas, que la gente se las cree, y las repite sin más, aunque no sean ciertas.

Últimamente, sin embargo, ciertas debilidades me están haciendo bajar la guardia. Soy un buen actor, pero no tanto. Cuando las emociones se apoderan de tus actos, cuando tu necesidad de algo o de alguien se impone al resto de tus deseos con demasiada ventaja, es difícil mantener el disfraz.

En estas circunstancias me encuentro, contemplando aterrorizado como el muro se viene abajo, se borra el maquillaje y mi repugnante desnudez queda a la vista. No quiero descubrirme ahora, justo cuando había conseguido que alguien se enamorase de mi personaje: quiero ser la bonita fachada de siempre.

No necesito que me quieran como soy, solo que me quieran.

(Porcentaje de realidad: 90%)

lunes, octubre 24, 2005

Sola en el mundo

Muchas veces, cuando los profesores de mi escuela nos hablan de circuitos o antenas, simplifican el escenario suponiendo que no existe ningún otro elemento a su alrededor que pueda perturbar su funcionamiento: ni paredes, ni suelo, ni otras antenas que interfieran… Normalmente, los profesores utilizan un lenguaje muy técnico, con palabras específicas y −si son capaces− muy precisas. Sin embargo, he notado que todos ellos, cuando se refieren a esta habitual simplificación, suelen decir que el circuito “está solo en el mundo”. Podrían decir que está aislado, que no existen elementos que lo perturben, o que se encuentra en condiciones de funcionamiento ideales; pero ellos prefieren la conmovedora expresión: “solo en el mundo”.

El otro día, durante una clase de "sistemas de navegación", la profesora volvió a utilizar la frase durante una explicación: “si el dipolo radia la máxima potencia y se encuentra solo en el mundo…”

Lo dijo de pasada, como por casualidad… pero os aseguro que, por un instante, su mirada se desvió hacia la ventana y se perdió en el infinito.

(Porcentaje de realidad: 90%)

miércoles, octubre 19, 2005

El nocturno

Anoche, trepé por la ventana de la buhardilla y salí al tejado. Hacía un frío seco que acercaba los sonidos más remotos sin apagarlos, ásperos como recién hechos. Las tejas de mi casa son viejas y rugosas, y pude sentarme sin miedo a deslizarme. El viento soplaba oblicuo pero, refugiado detrás de la gruesa chimenea, ni siquiera lo sentí; solo podía oír las rachas sedantes de su murmullo, envolviéndome, recorriendo las calles solitarias a mis pies. Los adoquines pulidos, en el callejón de abajo, reflejaban la luz anaranjada de los faroles. En las ventanas próximas, oscilaban las luces y se intuían las sombras. Las paredes sucias, amarillas de luz eléctrica, se ocultaban y dispersaban a medida que ascendía mi mirada, hasta convertirse en un mar de tejados azules y plateados en la distancia.

Escuché voces en la calle, y erguí el cuello para buscar su origen, pero solo encontré dos sombras, combinadas en una sola por la proximidad, que se proyectaban sobre la fachada mal encalada de un edificio cercano. Un hombre y una mujer hablaban en voz muy baja. El eco atrapaba sus palabras y el viento las traía hasta mis oídos, perfumadas en las flores nocturnas de los balcones. Me parecieron tristes; me parecieron desesperadas. Miré hacia la Luna decreciente: una nube clara y afilada la cortaba de lado a lado.

–¡Adiós para siempre! –susurró de pronto una voz. ¿Lo dijo él? ¿Lo dijo ella? La aspereza del susurro sordo borró cualquier rasgo de género. Después, la noche se inundó con el eco de pasos apresurados sobre los adoquines, reverberando por los callejones solitarios. La sombra perdió una mitad y se quedó en un cuarto. La observé, inmóviles ella y yo. No escuché sollozos, ni aprecié gesto ni movimiento alguno. Pasó una hora. No quedaban luces en las ventanas. Un perro ladró a lo lejos, y otro le contestó desde algún lugar en la ciudad. Seguí esperando.

Al amanecer, las farolas se apagaron, pero la sombra siguió en su lugar. El sol apareció entre los contornos cuadriculados del horizonte de ciudad pero la sombra no se movió.

Noté frío por primera vez y volví a entrar en mi buhardilla. Me acosté al alba, como hacen los poetas, pensando en aquella sombra: ¿quién la mantenía viva? ¿Puede la palabra “Adiós” quemar una silueta sobre un muro? Acaso las palabras intensas alumbren como un farol que no se apaga…

−¡Estúpido romántico aficionado! ¡Triste Bécquer de imitación! −contestó el sabio que vive debajo de mi cama−. No era la sombra de nadie, sino una mancha de humedad.