De compras en la ciudad
Hoy fuimos a comprar los regalos de cumpleaños de unos amigos. Alguien me había dicho que quedaba un aparcamiento libre en algún sitio, y decidí coger el coche y probar fortuna. Me habían engañado. Por suerte, mi padre había rellenado el depósito hacía poco, y pude dejar el coche dando vueltas mientras terminábamos con las compras. "No te metas en líos" le dije. Él, como es un coche y los coches no hablan, decidió no responderme, y se marchó quien sabe a donde. No te diré más que, cuando volvió a recogernos, lo encontramos cubierto de marcas de besos, de un carmín rojo intenso, impropio de mujeres de vida decente. No quiero ni pensar en el cachondeo que van a traerse los tipos de la gasolinera, el día que vaya a lavarlo.
Las compras fueron bien. Nos hicimos con unos buenos pijamas y con unas bufandas gordas. Espero que se los pongan, aunque yo no lo haría. Hay que ser muy confiado para rodearse el cuello con un regalo, sea cual sea y venga de quien venga. Luego, mientras pagábamos (bueno, mientras pagaban, porque yo aún no he soltado un duro), me corté los cinco dedos de la mano izquierda con una de las bolsas. No es grave, porque se me están pegando sin problemas, pero el susto fue tremendo. Durante un cuarto de hora cayó un chorro de sangre uniforme. Ya sabes, como cuando abres el grifo lo justo para que el chorro no se vuelva blanco. Menos mal que se cortó por fin, porque el nivel de la sangre empezaba a subir en la tienda y muchos temían por su vida. No es que tengan nada en contra de la asfixia. Es que no les gusta morirse, en general. Creo que estropeé algunos vestidos. La dependienta iba a pedirme una compensación -ecónomica, no penséis mal-, pero me vio tan chupado tras la sangría que le dio pena. Además, le remordía la conciencia que sus bolsas fueran tan cortantes.
Mis amigos y yo nos despedimos como si no fueramos a volver a vernos, y quedamos para el día siguiente. Creo que no llegaron a ver a mi coche, con todas aquellas marcas de sus fechorías amorosas. Me habría dado vergüenza reconocer que a mi coche le dan más besos que a mí.
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