El gran salto
Perdona que no haya escrito nada ayer. Volví tarde, porque estuve jugando en un cumpleaños. Las cosas de comer estuvieron ricas, y las cosas de sentarse resultaron cómodas. Entre la merienda y la cena, hicimos un concurso de salto con los columpios. ¿Verdad que es una suerte que tus amigas tengan en casa sus propios columpios? Es como si tuvieran un Mc Donalds o una playa. Lo malo es que eran muy bajitos (se ve que no estaban actualizados) y tuvimos que encoger bastante para poder utilizarlos. El juego lo inventó el profesor de baloncesto de mi hermano pequeño, y consistía en:
a) Coger carrerilla, echando el columpio hacia atrás todo lo posible.
b) Dar un saltito para aumentar aún más el recorrido.
c) Recorrer la envergadura del columpio con un máximo de aerodinámica.
d) Y esto es lo verdaderamente importante: Saltar del columpio intentando llegar lo más lejos posible.
Todo habría sido estupendo si hubiéramos sido más torpes. A mí, por suerte, se me dio bastante mal, y no me ocurrió como a otro de los competidores. El pobrecillo lo hizo tan bien que salió disparado como una bala de cañón, pasando por encima del muro que rodea la finca y aterrizando en vete tu a saber que lugar perdido. No hubo manera de encontrarlo, aunque sí recibimos alguna noticia de su vuelo fugaz sobre las fincas colindantes. Era un tipo fuerte, así que no tememos por su seguridad. Lo único malo es que debe de haber llegado muy lejos, porque no le dio tiempo a regresar para jugar al juego de las definiciones (un juego de mesa muy divertido, que algún día te explicaré), ni tampoco para tomar una infusión numerada en la tetería de mi pueblo, al día siguiente.
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