martes, octubre 26, 2004

Los riesgos del body-building

Ayer, cuando llegué al gimnasio, me lo encontré vacío. En realidad, había una persona, la encargada, pero para el caso es lo mismo. La tía no puede verme. Y no lo digo en el sentido coloquial; no es que esté enfadada conmigo, ni que le caiga mal. Al principio, yo mismo pensaba que sí, pero, el otro día, mientras levantaba unas mancuernas, encontré pruebas irrefutables de que se trataba de algo muy distinto. La niña se me quedó mirando con una cara rarísima, y me di cuenta de que no me observaba a mí, sino a las mancuernas. No, no era admiración por lo soberbio de mi ejercicio, porque lo que estaba levantando eran unas mini-mancuernas de esas que casi avergüenza levantar. Lo cierto es que se me quedó mirándo porque no me veía. Seguramente, solo veía como dos pesas ridículamente pequeñas flotaban en el aire, arriba y abajo, a un ritmo irregular, debido a mi falta de experiencia. No pareció sorprendida mucho tiempo. En seguida cambió la boca abierta por una boca torcida y, en cuanto me descuidé, retiró todas las mancuernas pequeñas. Claro, yo habría hecho lo mismo. No tiene sentido ofrecer a los clientes unas pesas que se levantan solas, más que nada porque pueden hacerles creer que están haciendo ellos el esfuerzo, cuando en realidad están tomando una especie de autobús gimnástico.
Es muy humillante que la encargada retire tus pesas porque son demasiado pequeñas, pero podría ser peor. Podría haber sido peligroso. En efecto, aunque no lo creas, el gimnasio puede ser un lugar arriesgado. Ayer mismo, sin ir más lejos, mientras un compañero culturista movía enérgicamente una de esas máquinas enormes y ergonómicas, el aparato sufrió una convulsión y se vino abajo. Pero no es que se cayera de lado o que se rompiera un cable, no. Esos aparatos están diseñados para que el trabajo se reparta por todos los discos y todas las poleas. O se rompe todo o no se rompe nada. El tipo que estaba subido, como era tan fuerte y estaba tan concentrado en su ejercicio, lo rompió todo. Se quedó sentado, en mitad de un montón de chatarra irreconocible. Todos los demás clientes nos acercamos para intentar recomponer el aparato, pero no hubo manera. Estaba tan deshecho que no supimos qué máquina había sido antes todo aquello, por muchas vueltas que le dimos. Ni siquiera el que lo había roto pudo recordar el ejercicio que había estado haciendo, desorientado, como estaba, por los efectos del shock.

P.D.: Perdona que haya repetido tantas veces la palabra mancuerna, pero es que me hace mucha gracia.