miércoles, octubre 27, 2004

El cuento maldito

Esta mañana, he recibido una carta. Al parecer, he quedado entre los 12 primeros en un concurso de relatos, y van a publicarme por primera vez en mi vida. Estoy muy contento, pero también un poco preocupado. El problema es que yo, como no pensaba ganar nada, había introducido ciertos mensajes subliminales en el cuento. Ya sabes: Frases escritas al revés, palabras que suenan parecidas a otras palabras... No es nada grave, porque mis mensajes decían cosas como "eructar no es malo" o "antes de salir de casa, no te olvides de hacer pis". Es decir, no tengo miedo a destruir la estabilidad de la sociedad, sino al ridículo. Sí señor, has oído bien, al ridículo. ¿Que cómo voy a tener yo miedo al ridículo por algo que haya escrito? Ah, vale, ya te entiendo. Estás cachondeándote de este blog, ¿no es así? Te lo explicaré: Aquí no hay firma. Tú no sabes quien soy yo, cual es mi cara ni donde vivo. Ese cuento, en cambio, va firmado con mi auténtico nombre. Si algún día me convierto en una persona importante en algún sitio (Dios no lo quiera) y ese cuento sale a la luz, ¿qué van a decir de mí? Será como esas fotos de los profesores del instituto, con greñas y pantalones acampanados, que un mal día caen en manos de un alumno vengativo.
Y, aunque la providencia no está del todo en contra mía, ya me encargo yo de echar abajo todos sus buenos cuidados. En esta ocasión, quiso la suerte que hubiera un error de transcripción, y los responsables del concurso escribieran mal mi nombre. Yo podía haberme callado. Dejarlo pasar, para que, algún día, cuando un subalterno mío malintencionado buscara mi nombre en internet, no apareciera la granada sin explotar que representa ese relato. Pero no, no pude. Y la razón es muy sencilla: El ego es el peso pesado de los pensamientos, mientras que el sentido común solo es un insecto que se posó en el ring.