lunes, noviembre 14, 2005

Cristal de color gripe

Oí decir una vez a Desmond Morris (autor de “El mono desnudo”) que hombres y mujeres se orientan utilizando mecanismos cerebrales diferentes:

Según esta teoría, las mujeres tienden a orientarse mediante referencias visuales, desde el suelo; es decir: las mujeres recuerdan los caminos como una sucesión de elecciones, una por cada bifurcación del camino. Para describir el trayecto que lleva al cine, por ejemplo, ellas pensarían: “hay que recorrer esta avenida hasta el fondo, después girar a la derecha y, finalmente, meterte por la tercera a la izquierda”.

En cambio los hombres parece que se orientan mediante la visualización de un mapa mental, como si vieran el recorrido desde el aire. Ellos pensarían: “el cine se encuentra hacia el norte, a unos 1500 metros, en el límite de la ciudad”. Supuestamente, esto implicaría que los hombres tienden a ser mejores en la interpretación de mapas y, en general, en todo lo concerniente a la orientación.

No tengo ni idea de sí esta teoría es cierta o no. En lo que a mi respecta, aún no he conocido a una sola mujer que se oriente peor que yo. Claro que eso tampoco significa demasiado: podría decirse que mi habilidad para perderme es casi un superpoder. Puedo perderme prácticamente en cualquier sitio, por pequeño y simple que parezca. Me gustaría quedar con vosotros para demostrároslo, pero no creo que sea capaz de llegar al lugar de la cita.

Por un lado, esta maldición parece espantosa. Sería incapaz de regresar a la mayoría de los lugares que han significado algo en mi vida. Esta estupidez extrema –en lo que a orientación se refiere−, actúa como un grillete que me impide ir a donde quiero: me encantaría volver a cenar en el restaurante al que fui el viernes pasado, pero no tengo la menor idea de donde se encuentra.

Pero, por otra parte, ¿habéis pensado en las apetitosas ventajas? Todos los días tengo la sensación de estar visitando una ciudad distinta. Para encontrar nuevos caminos, solo tengo que volver a recorrer los de siempre. Me ahorro mucho dinero en viajes. Además, el mundo me parece mucho más grande.

Me pregunto como verán las cosas las personas que sí pueden orientarse. Para mí, cada lugar que conozco, cada experiencia que he tenido, se encuentra en una especie de universo paralelo. En mi cabeza no existe un camino que una un punto con otro; cada rincón es un mundo independiente. Si alguien me hubiera preguntado cuando era pequeño: “Perdona, ¿sabes como se va al centro?” yo le habría contestado: “sí, solo tienes que meterte en el coche y esperar”.

¡Vaya! Creo que he perdido el hilo; este post no iba a hablar de mi don para extraviarme, sino de la diferencia entre ver las cosas desde dentro y verlas a vista de pájaro. Sabéis a qué me refiero, ¿verdad? Hoy he vuelto a preguntarme por qué nos cuesta tanto comprender, disfrutar, sufrir, o valorar cualquier situación adecuadamente cuando nos encontramos sumergidos en ella. ¿Por qué les resulta mucho más fácil tomar la opción correcta a quienes lo ven todo desde fuera, precisamente a quienes menos información sobre el asunto parecen tener?

No termino de entenderlo. ¿Qué clase de criatura inteligente reacciona peor cuanto más sabe? Sospecho que solo los seres humanos (la única criatura inteligente que conozco, por otro lado, y la misma que inventó la palabra “inteligente”). Claro que cada uno sufre las consecuencias de esta falta de perspectiva a su manera. Mi abuelo dice que lo pasamos mal por su culpa y que, si pudiéramos ver nuestra vida de forma global, todas nuestras preocupaciones nos parecerían ridículas. En cambio yo, más que por las preocupaciones, temo por los momentos felices. ¿Y si no los estoy disfrutando lo suficiente por no saber mirarlos objetivamente? ¿Y si me estoy perdiendo en los detalles? Intento recordar que, lo que ahora desprecio de puro normal, dejará de ser normal algún día, como tampoco lo fue antes. Quizá hoy no tendría que haber escrito un post, sino un postit: uno grande y amarillo fosforescente, pegado encima de la tele que dijera:

“Carpe diem, pero a vista de pájaro”

Hoy está lloviendo en la calle. Hace frío, la luz es tenue y los contornos nítidos. Los árboles se zarandean, las hojas bailotean arrastradas por una brisilla suave, que huele a hierba, a tierra mojada y a campo. Hoy es un día precioso, de los que añoraba en verano, lo recuerdo. Y, sin embargo, cuando me he levantado esta mañana helado y muerto de sueño, con un terrible dolor de garganta y un probable examen sorpresa por delante, he mirado hacia la calle por la ventana y he pensado: “Vaya mierda de día”.

Supongo que me faltó perspectiva. No me extraña, lo miré a través de un cristal de color gripe.

(Porcentaje de realidad: 70%)