lunes, julio 04, 2005

Verano 2005

Calor, Verano, calor. ¡Hay palabras que pueden cambiar tantas veces de significado en tan pocos años…! No hace mucho, Verano era el olor del cloro en las galerías de un edificio de apartamentos. Luego fue sudor e insomnio, y después el tercer cuatrimestre del curso. No sé en qué se ha convertido últimamente, quizá en un revoltijo de recuerdos a medio inventar. También es posible que no haya diferencia alguna. Quizá ningún Verano significó nunca nada hasta mucho tiempo después, hasta que degeneró en recuerdo y quedó fuera de alcance.

¿Qué frase etiquetará a este Verano? ¿O qué palabra? Sospecho que algún día le pondré nombre propio.

Debería dedicar este Verano a estudiar, o a intentar ser feliz, o a otra cualquiera de esas metas razonables. Sin embargo, lo pasaré de nuevo jugando, como un maldito ludópata emocional. No acerté ni una sola pregunta en el “Psychologist”, pero tengo el valor de pretender saber lo que necesito. ¿Hay peor enfermedad que un mal diagnóstico? Colearé una semana a la izquierda y otra a la derecha. Julio hacia arriba y agosto… Agosto es una palabra incomodísima.

Me he cortado el pelo (como siempre que intento quitarme un peso de encima). Mi hermano me ha saludado esta tarde llevándose la mano estirada a la sien, y chasqueando los talones. Quizá el militar sea un look apropiado, después de todo. He vuelto a fijar objetivos, a diseñar estrategias, a ejecutar planes maestros. He vuelto a controlar la dirección de mi mirada, la longitud de mi sonrisa, el cauce de mis pensamientos. La ejecución es buena, lástima que la estrategia resulte desastrosa. Cambio de plan tan a menudo que ni siquiera parece un plan. Me vuelvo a enfrentar a los mismos problemas y vuelvo a cometer los mismos errores. No puedo aprender a resolverlos, ¿tendré que esperar a que alguien aprenda a perdonarlos? La verdad es que cuesta creer que uno pueda acabar tres veces seguidas en la misma situación. ¿Acaso es que no hay más situaciones? ¿Qué fue de la complejidad de las relaciones sociales? Empiezo a sospechar que no existe, que todo se reduce a tres ladrillos fundamentales.

−¿En qué basas tus decisiones?” −me preguntaba la tarjeta del “Psychologist”−. ¿En la cabeza o en el corazón?

−¡En la cabeza, en la cabeza! −dijeron todos (bueno, todos no). Me dieron ganas de tachar lo que había escrito, ¡qué vergüenza! Ni siquiera soy capaz de acertar las preguntas sobre mi mismo.

Pasaré este Verano equivocándome, siempre equivocándome, y quizá para septiembre le encuentre un nombre.

(Porcentaje de realidad: 95%)