sábado, febrero 26, 2005

El aparcamiento

Hay gente que, cuando compra una casa o un apartamento, busca vistas al mar, a la montaña, a la ciudad… Pero yo, sin ninguna duda, me quedo con las vistas al aparcamiento del tívoli.

Mi habitación de estudiar es como una pequeña galería, con tres grandes ventanas que ofrecen una vista perfecta del aparcamiento. Y os aseguro que es el paisaje más cambiante y surrealista que uno pueda encontrar. No sé si recordaréis el asunto del super-simulacro… Pues esa solo es una anécdota más en la interminable colección de disparates que transcurren en este aparcamiento.

Por ejemplo, aquí suelen organizar todos los grandes acontecimientos del pueblo. El otro día, sin ir más lejos, se enfrentaron un hada y una princesa con Darth Vader y su discípulo.




Además, los viernes montan aquí el mercadillo. Desde esta ventana he visto robos, comerciantes ilegales gritando “¡agua, agua!”, trenzadoras de pelo subsaharianas, vendedores de “water-lemon”, los primeros mickeys que bailaban en sus patitas de hilo…

Una vez, pusieron aquí mismo un puesto de ropa interior femenina. La vendían al peso. Os aseguro que el espectáculo de diez mujeres peleándose por unas bragas es algo que no se olvida fácilmente. Aunque no todo es divertido. Mucha gente cree que la barandilla del aparcamiento les vuelve invisibles, o algo así. Se meten tras una lona del tenderete, para probarse la ropa que acaban de comprar, y no se dan cuenta de que están justo delante de mi ventana. ¿Que qué tiene eso de malo? Pues que, por alguna misteriosa razón, solo les pasa a señoras de más de 60 años. Y a eso hay que añadir las parejitas que aparcan el coche para darse el lote a 5 metros de mis narices, a los tíos que vienen a mear en los árboles (se cuentan ya por cientos), y a los pirados que vienen a hacer derrapes.

El último viernes, salí a comprar pescado. Caminando por las solitarias calles de mi urbanización, vi un coche que aparcaba. Cuando pasaba a su lado, salieron de su interior diez indios apaches, ataviados y pintados para la guerra. Durante un instante busqué mentalmente mi “colt”. Luego sentí un poco de pena de verlos así, tan venidos a menos, ¡con el miedo que daban en las películas...! Ellos me miraron muy orgullosos, como diciendo “¿Algún problema? Jerónimo también lo hacía”. Me ofrecieron un CD pero no se lo compré, aunque tocan estupendamente. Al menos no les grité: “¡¡¡Dejad los ●●● golpes de una ●●● vez, que me tenéis hasta los ●●● ●●●!!!” (Que es lo que me apetece gritar todos los viernes cuando tocan los ●●● tambores a tres pasos de mis orejas durante toda la mañana).

(Porcentaje de realidad 99%)