martes, febrero 08, 2005

La aventura de los ocho disparos

La extraordinaria habilidad de Holmes para captar detalles interesantes, y arrojar luz sobre asuntos de apariencia inescrutable, era ya de sobra conocida. No obstante, aquella tarde, incluso yo me vi sorprendido por la rapidez con que resolvió uno de los enigmas más complejos a los que nos habíamos enfrentado. No es de extrañar que la prensa se entretuviera durante semanas con los sorprendentes hallazgos en el caso del asesinato de Violet Smith. Aunque, sin duda, el más sorprendido de todos fue el señor Lastrade, de Scotland Yard, que había estado a punto de cerrar el caso aquel mismo día, tras dos semanas de infructuosas investigaciones.

Los invitados de Mrs. Croker habían pasado al salón principal, y Holmes encendía su pipa, sentado en una de las mecedoras que el mayordomo había dispuesto para nosotros.

Recuerdo que, en aquella ocasión, Holmes me pareció distraído. Contrariamente al estilo preciso y directo que solía tener su conversación, aquella tarde sus frases resultaron dispersas. Y por su actitud con respecto al caso (del que no quiso volver a hablar jamás), estoy seguro de que se sintió defraudado. Parecía que la resolución del crimen solo constituyera para él un feliz pormenor en el esclarecimiento de algún otro misterio mucho más profundo.

-Watson –dijo- ¿es lícito, en su opinión, enviar a la cárcel a un ser humano por sus pensamientos?

-Desde luego que no –contesté yo-. La libertad de pensamiento es sin duda el último de los derechos que un hombre debería perder.

-Ciértamente –dijo Holmes-. Sin embargo, esta misma tarde saldrá una persona detenida de esta casa, y sus pensamientos serán la única causa de su culpabilidad.

-¿Cómo es eso posible?

Holmes se recostó sobre la silla.

-Había nueve personas en esta casa en el momento del crimen, y todas ellas, a excepción del mayordomo, dispararon simultáneamente contra aquel arbusto durante sus prácticas de tiro. Ocho personas, llevaron a cabo la misma acción. Sin embargo, solo una de ellas sabía que, recostada tras el arbusto, se encontraba la señorita Smith. Tenemos por tanto ocho sujetos llevando a cabo una misma acción, pero solo uno de ellos es culpable: aquel que sabía que estaba cometiendo un asesinato.

-Realmente esa explicación ha logrado confundirme –repuse yo-. Desde esa perspectiva resulta evidente que lo único que distingue al culpable del inocente, es un pensamiento.

Holmes asintió.

-¡Qué asunto tan complicado! –añadí-. ¡Ocho disparos simultáneos! El cálculo de la trayectoria de la bala, que proponía Lestrade, no aportará nada en este caso. Y es una lástima porque ese cálculo se podría haber resuelto con conocimientos de geometría… geometría… eh… ¿cómo se llamaba la geometría que estudiábamos en el colegio?

-“Geometría Elemental”, querido Watson –contestó Holmes.

(Porcentaje de realidad: 0%)