Zombi
La sombra siempre camina sola. No es alguien, sino el fantasma de alguien. Come a sus horas, se acuesta y deshace la cama, y hasta se ve en el espejo –aunque nunca reconoce su propia cara-. La sombra tiene dos pupilas en cada ojo, enfrentadas: Una de mentira, que mira hacia fuera, y otra de verdad que está contra la cuenca, ciega, intentando ver lo que es invisible. La sombra se diluye a veces para que no la encuentren, su piel se vuelve ceniza y sus brazos encogen hasta que los dedos se pierden dentro de las mangas. Es que, para ella, todo lo que esté por delante de su cara es fondo; el primer plano se desliza por dentro de su cráneo, en forma de nostalgia corrompida por miedos de crío.
Gabri, un amigo de mi hermano, dijo una vez que vino a cenar:
-A mí lo que me da miedo son los zombis. A los monstruos o a los asesinos se les puede disparar y matar pero, ¿qué puedes hacer contra un zombi si ya está muerto?
¿Y si el zombi soy yo mismo? ¿Qué puedo hacer entonces?
(Porcentaje de realidad: 60%)
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