Chuches
¿Habéis comido gominolas últimamente? Mi amiga P me abrió hace poco los ojos a un nuevo mundo de posibilidades. Son ricas, bonitas, plásticas... Es como comerte los juguetes, lo que siempre quise hacer cuando era niño.
Si vais a comprar, os aconsejo los cerebros. Son difíciles de encontrar, pero deliciosos. Los huevos fritos no están mal (aunque nunca entenderé por qué le ponen a una comida la forma de otra comida). Si compráis moras, llevadlas en una bolsa separada, o las bolitas se pegarán en todo lo demás. Los dientes postizos saben fatal y están acartonados, pero son muy útiles para hacer el tonto.
Por cierto, no sé si decíroslo, quizá esté echando abajo uno de vuestros mitos de infancia (así ha sido en mi caso)… Nunca desenrolléis el regaliz para ver lo que mide… Os llevaríais una decepción, apenas tiene cuarenta centímetros (ochenta si separas los dos hilos). Si lo vierais estirado, los diez céntimos que cuesta os parecerían una estafa.
Ahora bien, os lo aviso: Tened cuidado de no comer demasiadas. El entusiasmo del primer momento puede llevarte a un consumo desmesurado. Yo engullí tantas que se me plastificó el estómago. Lo he pasado regulero… Ahora sé como debió de sentirse el homo erectus que descubrió, allá en tiempos remotos, que el caucho no es comestible.
Claro, que es posible que, en mi caso, el malestar se debiera a otras razones. Lo cierto es que lo comí todo en un cine oscuro, sin poder ver lo que me metía en la boca... Y no cogí las gominolas directamente de la bolsa, sino que fue mi amiga P quien me las fue pasando, una a una... Nunca he sido desconfiado –ni tengo razones para empezar a serlo con mi amiga-, pero juraría haber captado, al salir del cine, cierto regusto pasajero a Milán Nata.
(Porcentaje de realidad: 90%)
P.D. Debería investigar de una vez por qué le llamaban “homo erectus” a ese mono, y dejar de sonreírme cada vez que escucho ese nombre.
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