sábado, noviembre 27, 2004

Huellas de lobo

En una ocasión iba yo andando por la calle y, de pronto, noté que había metido el pie en una huella del cemento que alguien había dejado cuando aún estaba fresco. De momento pasé de largo, seguí caminando, pero algo me había helado la sangre y regresé para ver de qué se trataba. Observé la huella con atención. Tenía exactamente la forma de mi pie, el mismo número, la misma anchura, el mismo dibujo de la suela… Me paré a pensar si podía ser mía, y llegué a la conclusión de que no.

“¡Coincidencias absurdas!”, me dije, y seguí adelante.

Me sentí como una ficha del juego de la oca el resto del camino.

Hoy tuve pesadillas. En mi sueño, había una huella que era una trampa. ¿Has visto las trampas que usan los cazadores de lobos asturianos? Son muy sencillas. Buscan el lugar donde vive el lobo, preferiblemente una zona densa y claustrofóbica entre las montañas. Estudian los caminos del animal, los rastros de pelo que dejó, sus excrementos y sí, sus huellas. Averiguan cuales son sus rutas y su salida preferida. En esa salida, construyen un calabozo profundo, de entrada diminuta. Luego, cuando todo está listo, solo tienen que asustar al pobre bicho (cosa bastante más sencilla de lo que nos han hecho creer). Él echa a correr cruzando el bosque, creyéndose libre. Se considera dueño de sus actos, piensa que puede cambiar de dirección a voluntad. Pero claro, no lo hace, nunca lo ha hecho. ¿Por qué iba a buscar otra salida? Esa siempre le había funcionado.

De pronto, ¡zas! El lobo se metió en la boca del lobo.

Supongo que el pobre animal, cuando aúlla desde el fondo de su tumba, no se da cuenta de que todo estaba calculado, de que alguien había previsto sus movimientos con precisión de relojero. Quizá solo piensa:

“¡Malditas coincidencias absurdas!”.

(Porcentaje de realidad: 60%)