Pulpo para una santa
Ayer vinieron a cenar mis abuelos. Como siempre, contaron sus viejas historias, solo que, esta vez, sospecho que eran auténticas. Los dos contaban lo mismo, punto por punto, dándose la razón mutuamente. Es la primera vez que les ocurre, así que debía de ser todo cierto. La historia de ayer hablaba de una chica gallega, que vivía en un pueblo cercano al de mi abuela, en Orense, cuando ella era joven. Mi abuela se recostó en la silla para contarla:
"Se llamaba Antonia..."
-¡Sí, pero todos la llamaban la Santa! -interrumpió mi abuelo. Mi abuela lo hizo callar con un golpecito en la mano.
"Era preciosa", continuó, y mi abuelo asintió mirando al vacío. "Tenía la piel fina, los cabellos largos y los ojos claros. ¡Y era dulce como la miel! Se veía con un novio muy simpático, muy inocente, que le llevaba flores todas las tardes. Ella vivía en una casita vieja del pueblo, muy humilde, porque la familia apenas tenía para sobrevivir.
Un día, cuando nadie lo esperaba, la niña salió corriendo a la calle, en camisón, y exclamó delante de los vecinos:
- ¡La Virgen! ¡La Virgen se me ha aparecido! Y me ha dicho... ¡Me ha dicho que ya no necesito comer nunca más!
Después regresó al interior, se metió en su cama y no se volvió a mover. Fueron allí los guardias civiles, el cura, el maestro y el boticario, pero nadie consiguió hacerla levantar. ¡Y mucho menos comer! Pasaba los días en ayunas, uno detrás de otro, y todos empezaron a temer por su salud. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que sus miedos eran infundados. ¡La niña seguía tan sonrosada y bonita como siempre, o quizá más!
-¡Milagro, milagro! -empezó a escucharse por las calles.
Los vecinos peregrinaban desde los alrededores, le llevaban jabones, dinero, muebles, animales... Parecía aquello un nacimiento. El pobre novio quedó relegado. "Yo la quiero igual, sea santa o cuidadora de puercos" decía, y se iba a mirarla y a adorarla con los demás, a dejar su ramo de flores sin una sola palabra. Ella ya no lo reconocía.
La historia de la niña que no comía se extendió, y llegó gente de todas partes. La humilde casita fue remodelada, los padres empezaron a vestir buenas ropas y compraron nuevas tierras. La familia prosperó.
Un día llegó un señor vestido de negro, viejo, muy amable, que miraba todo con una ternura sobrecogedora.
- Vengo a ver a la niña -pidió.
-¿Ha pedido usted hora? -le preguntó la secretaria que habían puesto a la entrada.
El señor no traía cita, pero esa mirada podía convencer a cualquiera. Allí lo llevaron, al cuarto de arriba. La niña lo esperaba peinada y perfumada. Él cayó de rodillas junto a su cama.
-¡Si supieras lo que he caminado para llegar hasta aquí! ¡Lo que he pasado para poder encontrarte!
La niña sonrió.
-¡Cuanto tuve que sufrir para poder ver tu mano! -exclamó el viejo, y la niña le enseño la mano sin reparos.
-¡Lo dejé todo para venir a tocar tu frente! -añadió, y la niña se dejó acariciar.
-¡Abandoné mi hogar para poder mirar las perlas de tu sonrisa! -continuó, y la niña abrió sus labios de par en par, colorada por tanto halago.
Entonces el hombre metió la mano en un bolsillo y, antes de que nadie pudiera detenerle, sacó un frasco y vació el contenido en la boca de la niña. El vigilante que había allí se abalanzó sobre él y lo separó, pero ya era tarde.
-¡Qué le ha hecho!
-Solo es para provocar el vómito -dijo el viejo.
Y así fue que, antes de un minuto, la santa había echado sobre la cama un plato de pulpo, cuatro rebanadas de pan, dos hojas de lechuga y varios pares de castañas. Aquello parecía un exorcismo, solo que no era un demonio lo que estaban expulsando, sino una virgen.
-¡Joder, ya era hora! -exclamó entonces la niña-. Solo puedo comer por las noches y el pulpo después de las once me sienta como un tiro. Además, necesito que le den un poco de marcha a este cuerpazo serrano que tengo. Me voy a Méjico.
Al día siguiente agarró al novio de las flores y se fueron en un transatlántico de lujo."
Bueno, era algo así. En realidad me perdí el final porque empezaba "Friends" en la tele.
(Porcentaje de realidad: 80%)
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