El correo mató a Romeo y a Julieta
El correo es una de esas cosas tan complejas, que hemos aprendido a no pensar en ellas. La gente, a veces, envía cartas que crean auténticas paradojas, como las crearía un viaje en el tiempo o un verdadero clarividente.
Un tipo, podría escribir una declaración de amor a una señorita. Nada raro, ¿verdad? Pero, ¿no es absurda la situación generada? Durante uno o dos días, el hombre estará declarado, mientras la mujer quizá siga llorando su desdén. Y luego, cuando al fin lo reciba y lo conteste afirmativamente, quizá esté ya él desesperado, y al borde del suicidio.
Ése, señor mío, es el hueco temporal que crea la paradoja. Esas horas monstruosas son un nido de miedos y fantasmas, ¡las culpables de tantas incongruencias! (que conste que es la primera vez que escribo esta palabra ;) a pesar de los testimonios de ciertos individuos e individuas).
Pensad en el hijo de esa pareja preguntándole a sus padres: "¿Cómo fue el día que os declarasteis?"
El padre dirá: "Pues era un lunes nublado, lluvioso, y no echaban nada en la tele".
En cambio, la madre asegurará: "Fue un miércoles soleado, luminoso, y daban un estreno en el canal cinco".
Y el hijo se quedará callado, y asentirá en silencio, y llorará para siempre pensando que sus padres le engañaron, porque nunca llegaron a declararse el uno al otro.
Por eso, querido amigo, reivindico hoy los privilegios para la palabra hablada, con sus 340 metros por segundo de infinita eficacia. Lo siento, pero es que no le perdono al correo -a pesar de todo su encanto de pícaro simpático-, que matara a Romeo y a Julieta.
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