jueves, noviembre 25, 2004

Sangre

Ayer fui a donar sangre. En realidad fui a comer pastelitos gratis, pero me tuve que dejar sangrar a cambio. Creo que no les salgo rentable. Me comí una palmera de chocolate, un bollo y una caña de crema, además de un zumo de melocotón, uno de frutas del bosque y un batido de fresa. También me llevé un calendario, con una niña triste que me mira y me echa en cara que... ¿qué? No debería mirarme así, yo he dado sangre. Deberían regalarle ese calendario a los que no donaron.

Mi motivación para donar sangre no siempre ha sido la bollería industrial, no soy tan superficial. Antes lo hacía para llenar la tarjeta, ya sabes, esa en la que añaden una fecha cada vez que te exprimen. Había visto a un tipo de mi clase que la llevaba completamente rellena y yo no quería ser menos. Me dio por donar como un poseso. Hay que tener cuidado, porque se convierte en una adicción peligrosa. Empezaba a valorar a la gente en litros. Me presentaban a una chica inteligente, simpática y comprensiva y yo solo podía pensar: "De este ejemplar te salen 400 centímetros cúbicos al mes sin problemas".

Luego estaba el asunto de los boquetes en el brazo... No te tratan igual en las revisiones de examen si llevas los antebrazos como coladores. Un día me preguntó un profesor: "Oye chaval, ¿tú te inyectas?" y yo le contesté: "No, señor, yo me ordeño". No me miró con mejores ojos.

Está bien esto de donar sangre, sí... Te llenan la tarjeta, te dan de comer, te regalan cosas... Bueno y ayudas a la gente, y todo eso. Pero, tonterías aparte, hay situaciones en las que la donación es muy importante, yo diría que imprescindible. Me refiero a esos días emocionantes que todos tenemos de vez en cuando. Son pocos, porque si fueran muchos dejarían de ser emocionantes, pero están ahí. Esos días hacen que la vida merezca la pena, sí señor, pero pueden llegar a ser peligrosos. Durante las horas que duran, se oyen palabras, se perciben sensaciones, y el corazón se acelera al triple de su ritmo. El sistema circulatorio no está preparado para semejante volumen bombeado. Alguien tiene que aliviar esa presión. Estoy seguro de que -si no fuera por la ayuda de las unidades móviles de donación-, más de un día me habrían reventado todas las venas del cuerpo.

Ayer, mientras estaba tumbado en la camilla, enchufado a una bolsa de plástico llena de mí, me di cuenta de algo de repente.

-¡Alguien va a llevar mi sangre dentro! -exclamé incorporándome.

La enfermera (siempre es una chica guapa cuando vienen a la escuela de telecomunicaciones, no son tontos) me hizo tumbar otra vez, susurrándome palabras amables. Yo obedecí, ¿qué iba a hacer? De todas formas mi sangre ya había estado dentro de mucha gente, no era la primera vez que donaba. Me quedé en estado de shock. Al terminar, cogí el coche y volví a casa. Vi la tele, cené y me puse el pijama. Para dormirme, intenté cerrar los ojos, pero me costó mucho trabajo. Los tenía secos. Llevaba horas sin parpadear.

Estoy preocupado. Hoy me crucé con un desconocido por la calle y me pareció que se reía igual que yo.

(Porcentaje de realidad: 50%)