ROM (Read Only Memory)
Hay algo fascinante en los restaurantes pequeños de Torremolinos, como de película en blanco y negro.
El otro día fuimos a ver “Un Tranvía Llamado Deseo”, que proyectaban en un ciclo dedicado a los grandes genios de la fotografía. A mí me gusta bastante el cine antiguo. Muchas veces, cuando veo películas viejas, me vienen recuerdos de un pasado próximo. Me identifico con Bogart en “Casa Blanca”, o con Cary Grant en “La Fiera de mi Niña”. Es extraño, porque me encuentro diciéndome: “es cierto, así es, así es como se siente uno". Luego me doy cuenta de que yo nunca viví nada parecido, ni sé si es así, ni como debería sentirme. ¿De donde provienen entonces esos recuerdos?
Recuerdo una novela que leí, “El Clan del Oso Cavernario”. Lo que más me impactó… bueno, en realidad lo que más me impactó fue el final, que era medio porno… Pero, aparte de eso, me estremeció la idea de “los recuerdos”. Según esa novela -ambientada en un pasado remoto, en una tribu de Neandertales-, los hombres primitivos poseían una memoria animal, instintiva, congénita. Lo llamaban “los recuerdos”, y les permitía reconocer las plantas comestibles o los accidentes geográficos sin haberlos visto jamás. ¡Recuerdos heredados! Esa idea me tuvo fascinado mucho tiempo (más o menos hasta que llegó el porno, 250 páginas después). Sé que solo es una invención, que no hay pruebas de que tal cosa exista, pero sería una explicación elegante a mis sensaciones de cine en blanco y negro. Quizá sí estén registrados en mi memoria los despechos de Gilda, o las alegres miserias de Charlie Chaplin, aunque no fuera yo quien los grabara ahí. Quizá fue mi padre, o mi abuelo, o mi bisabuelo el que los vivió, y algo se nos quedó pegado en los genes. Sería divertido, y a la vez sobrecogedor, poder llevar en la cabeza los recuerdos de otra gente. Memoria sintética, como en Blade Runner.
Si mi hijo hereda de mí, espero que recuerde la sensación criminal de escribir con un marcador negro sobre un folio blanco… el sabor de las cerezas bastardas cogidas del árbol… y aquella vez que, estando en un restaurante pequeño de Torremolinos, una amiga me preguntó “¿Cuántas veces se puede beber la propia orina para que te siga hidratando? ¿siete?”
(Porcentaje de realidad 90%)
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