miércoles, marzo 09, 2005

Verde

Mi amigo J siempre quiso ser un orco. Había leído docenas de veces “El Señor de los Anillos”, y había visto las películas otras tantas. Hablaba del mithril y de las runas élficas como quien comenta el último Madrid-Barça. Conocía el nombre de todas las armas antiguas, y el manejo de muchas. En la residencia de estudiantes, pasaba todo su tiempo libre dibujando retratos terroríficos de orcos verdes. Y, cuando regresaba al pueblo los fines de semana, practicaba a escondidas sus movimientos de esgrima medieval en un pequeño cobertizo, utilizando una réplica de la espada de Conan que le habían regalado por su cumpleaños (ejercicios que, accidentalmente, le costaron la cabeza a alguna que otra gallina imprudente).

Fue entonces cuando aparecieron los videojuegos de rol por Internet. En aquella época, J y yo solíamos jugar durante horas en aquellos mundos virtuales. Yo era un gran mago humano y él, cómo no, era un poderoso guerrero orco. Visitábamos países extraños, matábamos dragones, conquistábamos ciudades… Lo pasábamos en grande. Pero con el tiempo, las cosas empezaron a cambiar. Cada vez me resultaba más difícil encontrarme con J en persona. Sus compañeros de piso me contaban que se pasaba el día entero encerrado en su habitación. A veces transcurrían semanas sin que nadie le viera. Nuestra relación se redujo, poco a poco, a la de nuestros personajes en el ordenador.

Pronto su personaje se hizo mucho más poderoso que el mío. Durante un tiempo, seguimos compartiendo aventuras, aunque estaba claro que yo representaba un lastre para él. Al poco, yo mismo le sugerí que buscara compañeros de batalla a su nivel, más estimulantes. Dejamos nuestra cyber-sociedad con una reverencia de nuestros muñecos y un amistoso “ya nos veremos por aquí”. Lo cierto es que no volvimos a encontrarnos. A veces oía a otros jugadores hablar de un orco gigantesco, que había derrotado a todos sus oponentes y que deambulaba en las profundidades deshabitadas del cyber-mundo.

Llegaron las vacaciones de verano, y supuse que mi amigo J se iría a pasarlas a su pueblo. Cuando comenzó el curso siguiente, él no apareció. Decidí visitarle en persona. Fui a la residencia, pero sus compañeros me dijeron que no le habían visto desde hacía mucho tiempo. Había desaparecido, sin más. Llamé a su pueblo y su madre, entre lágrimas, me contó más o menos lo mismo. Nadie había sabido nada de él desde hacía meses. Resultó un golpe tremendo, y estuve muy preocupado durante semanas.

El otro día volví a conectarme al juego. Recorrí con mi personaje los caminos de siempre, para recordar los viejos tiempos. Hacía tanto desde la última vez que había jugado, que me desorienté y me perdí. Mi muñeco vagó durante una hora por un oscuro bosque que no había visto jamás. Estaba apunto de apagar el ordenador cuando algo me sobresaltó. Entre los árboles apareció una figura enorme, de un color verde tan oscuro que casi parecía negro. Me agazapé, intentando que no me viera, pero la criatura giró hacia mí su pesada cabeza y me clavó sus brillantes pupilas rojas.

Estaba aterrorizado y me quedé quieto, esperando mi ejecución, pero el monstruo no me atacó. En lugar de eso, sonrió y dijo:

-Ya soy un orco.

Antes de que pudiera a contestarle, su oscura silueta ya había desaparecido en la espesura.

(Porcentaje de realidad: 30%)