Este blog ha terminado pero, ¡aún hay más!
Por razones principalmente técnicas, este blog se ha trasladado. Puedes seguir leyendo las ocurrentes aventuras del Malvado Ventrílocuo de Saint Olaf en:
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Oí decir una vez a Desmond Morris (autor de “El mono desnudo”) que hombres y mujeres se orientan utilizando mecanismos cerebrales diferentes:
No se puede decir que mi móvil y yo fuéramos verdaderos amigos. Él tenía su vida y yo la mía. Nunca conseguimos hacer que nuestro enfoque del mundo coincidiera, ni siquiera en los detalles más elementales. Sin embargo, ahora que ha caído en desgracia, me siento apegado a él, como si fuese una parte de mí o una época de mi vida la que se guarda en una caja del trastero. No debería echarle de menos; después de todo, él no eligió marcharse: fui yo quien lo sustituyó por una criatura más inteligente, avanzada y, sobre todo, más obediente. ¿Quién iba a decirle al pobre cuando lo fabricaron −tan sofisticado, tan a la última−, que algún día lo devoraría un recién llegado?
Tengo entendido que las personas suelen sentirse incomprendidas y creen que, si alguien llegara a conocerlas realmente, no tendría más remedio que quererlas. Yo siempre he pensado que si alguien me conociera de verdad me dejaría de lado. Lo digo en serio, pero no es tan horrible como parece. No me caigo bien, no soy la persona a la que me gustaría tener cerca, pero confío en mi habilidad para disimular y mostrar al mundo, en mi lugar, a un tipo mejor y más interesante que yo. La gente suele decir “solo podrás gustar a los demás si empiezas por gustarte a ti mismo”. No os lo creáis, es mentira, lo he comprobado: hay a quien le caigo bien. Supongo que algunas frases suenan tan lógicas, tan redondas, que la gente se las cree, y las repite sin más, aunque no sean ciertas.
Muchas veces, cuando los profesores de mi escuela nos hablan de circuitos o antenas, simplifican el escenario suponiendo que no existe ningún otro elemento a su alrededor que pueda perturbar su funcionamiento: ni paredes, ni suelo, ni otras antenas que interfieran… Normalmente, los profesores utilizan un lenguaje muy técnico, con palabras específicas y −si son capaces− muy precisas. Sin embargo, he notado que todos ellos, cuando se refieren a esta habitual simplificación, suelen decir que el circuito “está solo en el mundo”. Podrían decir que está aislado, que no existen elementos que lo perturben, o que se encuentra en condiciones de funcionamiento ideales; pero ellos prefieren la conmovedora expresión: “solo en el mundo”.
Anoche, trepé por la ventana de la buhardilla y salí al tejado. Hacía un frío seco que acercaba los sonidos más remotos sin apagarlos, ásperos como recién hechos. Las tejas de mi casa son viejas y rugosas, y pude sentarme sin miedo a deslizarme. El viento soplaba oblicuo pero, refugiado detrás de la gruesa chimenea, ni siquiera lo sentí; solo podía oír las rachas sedantes de su murmullo, envolviéndome, recorriendo las calles solitarias a mis pies. Los adoquines pulidos, en el callejón de abajo, reflejaban la luz anaranjada de los faroles. En las ventanas próximas, oscilaban las luces y se intuían las sombras. Las paredes sucias, amarillas de luz eléctrica, se ocultaban y dispersaban a medida que ascendía mi mirada, hasta convertirse en un mar de tejados azules y plateados en la distancia.