domingo, enero 30, 2005

El país está agotado

-El País está agotado.

He recorrido todos los kioscos que conozco y solo he conseguido esa respuesta. ¿Se habrá levantado hoy el pueblo de rojillo? ¿Sintieron los vecinos un antojo repentino de letras en el desayuno?

No, señores. Lo que ocurre es que hoy nos despertamos con la palabra gratis en la cabeza. Cine gratis, mejor dicho, y del bueno. Hoy con “el País” venía “Casablanca”. Me encanta Casablanca. Lo sé, soy un viejo de 24 años, ¿qué le voy a hacer? Encuentro algo irrepetible en estas imágenes:


El caso es que yo creía que, en el fondo, a nadie en mi pueblo le gustaban las películas antiguas en blanco y negro. Este es un pueblo vivo, alegre, vital, moderno… La desaparición del País en los kioscos esta mañana me ha tomado por sorpresa. Ni siquiera fui temprano, daba por supuesto que sobrarían ejemplares en todas partes.

Después de recorrer tres kioscos, empezaba a sentirme realmente cabreado. Miraba a la gente con la que me cruzaba como si todos fueran ladrones, como si todos me hubieran robado mi tesssoooro.

Pero de pronto, me he dado cuenta: no estoy solo. Me tenía a mi mismo por un bicho raro, pero resulta que en mi pueblo hay un montón de gente como yo, gente a la que le gusta Casablanca, el cine en blanco y negro, las películas lentas, las frases rebuscadas, las conversaciones a contraluz y las mujeres fatales. Es maravilloso sentirse comprendido.

He entrado en el cuarto kiosco y he vuelto a preguntar:

-¿Queda el País?

-Lo siento se nos ha terminado –ha contestado el dependiente-. ¡Se nos ha agotado enseguida! ¡No veía algo así desde que salió aquella colección de sacacorchos…!

En fin…

(Porcentaje de realidad: 85%)

viernes, enero 28, 2005

Nathaniel York, por la gloria de mi madre

En el verano del 2002, mi hermano encontró en Internet un proyecto muy divertido, diseñado para fomentar el interés por la exploración del espacio. Los tipos de la NASA habían planeado incluir un CD en la próxima cápsula que enviarían a Marte, junto con el Mars Exploration Rover 2003. Ese CD contendría una gran lista de nombres de personas. Cualquiera podía incluir su propio nombre: solo tenía que entrar en la web del proyecto y rellenar un sencillo formulario. Mi hermano y yo nos quedamos alucinados. ¡Podíamos dejar nuestra huella en Marte! ¡Cambiaríamos algo en aquel planeta! Quizá solo fueran unos bits, apenas unas micras en un trozo de plástico… ¡Pero eran nuestros bits! Y, en algunos años, tras un largo viaje a través del espacio, descansarían en la superficie polvorienta de otro mundo, barridos por vientos sin nombre en algún páramo alienígena.

Ya habíamos añadido nuestros nombres a la lista cuando me acordé de Nathaniel York.

Una de mis novelas favoritas es “Crónicas Marcianas” (aunque el título ande un poco desprestigiado), que escribió Ray Bradbury allá por los años cincuenta. En ese libro se describe la colonización de Marte por los humanos en un futuro cercano, mezclando poesía, ciencia ficción, y fantasía a partes iguales. Según la obra de Bradbury, el primer hombre en pisar Marte era Nathaniel York. Me fascinó aquel personaje desde el primer momento.

York es un astronauta misterioso, que nunca aparece realmente en la novela, y del que solo sabemos por las conversaciones de otros personajes. No es que le dediquen muchas páginas en el libro, pero los escasos detalles que pude recopilar sobre él me cautivaron: el surrealista despegue de su nave, la ingenuidad de su personaje como embajador, el contacto sobrenatural con los marcianos… y el final extraño y trágico de su aventura resumida por Bradbury en un solo disparo de escopeta (no os cuento más para no estropear la novela).

Así que cuando vi el proyecto de la NASA pensé: “¿Por qué no?” Me pareció un bonito homenaje. Rellené el formulario en la web y conseguí el certificado oficial: Nathaniel York viajaría a Marte conmigo y con mi hermano.


-¿Quién es Nathaniel York? -Me preguntó mi hermano cuando lo vio. Yo le conté la historia.

-Pues yo también quiero que venga más gente a Marte –dijo mi hermano. Se sentó al ordenador y empezó a rellenar otra ficha. Al cabo de un rato le oí reírse. Miré a la pantalla y leí:

Se encontraron otras 426 entradas para “Chiquito de la Calzada”

-Puede que el primero en pisar Marte sea el York ese –dijo mi hermano-, pero está claro que Chiquito lo va a pisar más veces.

-¡Haaarl! –contesté.

(Porcentaje de realidad: 92%)

miércoles, enero 26, 2005

Nueva imagen

Bueno, esto es lo que hice ayer por la noche en lugar de estudiar: un dibujo para el blog. ¿Qué os parece?

lunes, enero 24, 2005

Tu Distrito: Guía telefónica local

Cuando mi hermano Edu, el pequeño, tenía 11 años, convocaron un concurso de dibujo en los colegios del pueblo. El dibujo ganador sería la portada de la próxima guía telefónica local, y su autor se llevaría una Nintendo 64.

Por aquel entonces yo iba a un instituto de Málaga, y esperaba a diario al autobús (al Portillo) en una parada de la costa, al lado mismo de la playa. Desde allí podía asistir, durante algunos meses al año, al espectacular amanecer en las playas del Sur. Aquí el sol sale por el mar, tiñéndolo todo de colores cálidos y brillantes durante unos pocos minutos. Recuerdo el aroma de la playa vacía, cuando aún no lo había contaminado el olor de los bronceadores… la visión de la luz fría de la mañana sobre la arena, el brillo sin sombras en la fachada de los hoteles, y en el viejo castillo moro que sobrevive al final del paseo... Y al mismo tiempo, el sonido atronador de la carretera de la costa, de los coches a cien por hora, las luces tardías de las farolas y los letreros de neón que se apagan poco a poco; y en mis dedos, el tacto frío del banco metálico en la parada de autobús…

No es un recuerdo favorecido por el paso del tiempo: ya entonces me tenía sobrecogido aquella imagen, y creo que, gracias a ella, me sentía capaz de levantarme cada día para ir al instituto. Por eso, cuando mi hermano pequeño me llamó para pedirme consejo sobre qué dibujar para el concurso, y me dijo que el tema era “Mi pueblo”, no lo dudé ni un instante. A la mañana del sábado siguiente me lo llevé conmigo para enseñarle aquel lugar.

Mi hermano dijo: “es guay”. Volvimos a casa y se puso manos a la obra. Se pasó todo el fin de semana haciendo dibujos y, a primera hora del lunes, entregó a su profesor la versión definitiva.

Algunos días más tarde estábamos hablando de un videojuego cuando mi hermano dijo:

-Ese lo tiene un amigo mío… Cuando nos traigan la Nintendo 64 se lo pediré.

Los demás nos reímos, pensando que era una broma, pero mi hermano permaneció totalmente serio. Mis padres intercambiaron unas miradas comprensivas, como de lastimosa ternura.

-Edu –le dijimos-, en ese concurso participan más de diez colegios, miles de niños. Está bien intentarlo, pero ganar es muy improbable.

-Pero es que voy a ganar –contestó mi hermano.

Intentamos convencerle, pero no hubo manera. “Pobrecillo, se va a llevar una decepción tremenda” le comenté yo a mi hermano mayor. “Dejadle, es bueno que aprenda estas lecciones por si mismo” añadió mi padre “tiene que aprender que las cosas no siempre salen como uno quiere”.

Supongo que, si conocéis a mi hermano pequeño, ya os imaginaréis como terminó esta historia. Junto con la Nintendo 64 recibió también algunos juegos, un viaje a Sierra Nevada y un trofeo precioso. Y creo que su dibujo sigue siendo, a día de hoy, la mejor portada que ha tenido nunca la guía telefónica de mi pueblo.

Por cierto, sí que aprendió una lección, aunque desde luego no fue la que nosotros pretendíamos enseñarle. Ahora dice que va a ser un actor famoso, que va a protagonizar su propia serie de televisión y que va a ser multimillonario. Y yo no pienso llevarle la contraria.

(Porcentaje de realidad: 95%)

sábado, enero 22, 2005

1001 - 1 = 1000

Cuentan que el escritor A. S. Littlesand envió, cuando aun era un desconocido de veinte años, un relato a Paul Johnson, editor de la revista “Beyond”. Esta revista, una de las más prestigiosas y elitistas hoy en día, publicaba por aquel entonces relatos de escritores no profesionales en una sección llamada “El cuento de las mil palabras”.

Johnson leyó el relato de Littlesand, titulado “La vida no merece la pena”, y quedó fascinado. A los pocos días envío la siguiente carta al autor:

Estimado Sr. A. S. Littlesand,

Recibimos su relato “La vida no merece la pena” a fecha de…, y debo decirle, siendo franco, que nos hemos visto gratamente sorprendidos, tanto por su calidad como por la originalidad del planteamiento. Nos sentiremos muy honrados de publicarlo en el siguiente número de nuestra revista, así como de incluirlo en la antología que probablemente salga a finales del próximo mes de marzo.

A pesar de que la obra nos ha parecido impecable, nos vemos obligados a comunicarle que será necesario un pequeño cambio. Una de las condiciones de la sección es que los relatos publicados ocupen exactamente mil palabras, mientras que el suyo consta de mil una. La diferencia, tan minúscula en apariencia, es para nosotros de gran importancia. Hemos cumplido rigurosamente la norma de las mil palabras desde el primer número, hace ya más de veinticuatro años, habiéndose convertido este detalle en uno de los sellos distintivos de la publicación. Normalmente nos encargamos nosotros mismos de estirar o truncar los relatos que no se ajustan perfectamente a la medida pero, en este caso y por respeto a la calidad de su obra, hemos preferido pedirle a usted que se encargue personalmente del recorte. Remitimos, junto a esta carta, una copia del original que nos envió, para que indique sobre él, si así lo desea, los cambios pertinentes.

Atentamente,

Paul Johnson

La respuesta de Littlesand se hizo esperar. Pasaban las semanas, y Johnson estaba a punto de enviarle una nueva carta, cuando recibió por fin una contestación. Era un sobre pequeño, en cuyo interior solo había un trozo arrancado de la primera página del relato, con la frase:

La vida (no) merece la pena

Debajo, escrito a mano, habían añadido: “No se me ocurrió otra forma de modificar menos el original”.

(Porcentaje de realidad: 0%)

jueves, enero 20, 2005

Cazando libros

¿Habéis oído hablar de bookcrossing? Es una especie de juego que surgió en Internet para promover la lectura y el reciclaje de los libros. Los participantes del proyecto se dedican a abandonar libros por el mundo, esperando que alguien los encuentre. Antes de soltar un libro por ahí (ellos prefieren el término “liberar”), lo identifican con un número, de manera que quien lo encuentre pueda averiguar la historia de ese libro a través de una base de datos en Internet. Además, el afortunado que se topa con un libro bookcrossing puede añadir en esa historia su propia experiencia: Donde lo encontró, qué es lo que más le ha gustado, qué cambiaría...

Quienes liberan un libro bookcrossing pueden dejar en Internet instrucciones para su localización. A través de la página del proyecto, puedes ver cuantos libros hay sueltos en tu ciudad, y si alguno de ellos tiene indicaciones sobre el lugar en el que se encuentra. Ir a buscar un libro siguiendo estas instrucciones se denomina “salir de caza”.

Mi experiencia con bookcrossing fue breve pero intensa. Me desilusioné cuando desaparecieron varios libros que liberé, pero lo pasé genial yendo de caza. Aquí os pongo un fragmento de la historia de uno de los libros que cacé. Por cierto, mi nombre en bookcrossing es “Chaman”, y la chica que liberó el libro se llamaba Anla:




Journal entry 4 by Anla(11/11) from Benalmádena, Málaga Spain on Wednesday, November 19, 2003

Liberado el Miércoles 19 de Noviembre de 2003, en la Universidad de Málaga, Málaga (España).Está en la facultad de Informática. En la biblioteca, encima de una estantería. Y es encima, no en una tabla,... Suerte.



Journal entry 5 by Chaman (3/4) from Benalmádena, Málaga Spain on Friday, November 28, 2003

Quién me iba a decir que la vida del caza libros era tan dura... 35 minutos me llevó encontrar el libro desde que entré a la biblioteca. Para los que no se lo crean, describo con detalle el proceso de búsqueda y captura:

Fase 1 (o "Tu pasas el pronto y yo el paño"): Disimuladamente, esperando uno por uno a que se vacíen los pasillos de estudiantes cotillas, paso la mano por encima de todas las estanterías. Si me miran, hago como que me rasco la cabeza. No consigo encontrar nada, pero mi mano y mi pelo lucen un gris polvo guay.

Fase 2 (o "El momento Juanito Oiarzábal"): Busco puntos de apoyo sobre los que escalar para poder mirar directamente desde arriba. El radiador se tambalea. Las repisas se hunden y hacen chop. Intento meter el pie en la viga que une una columna con la pared. No me cabe y un tio me mira raro. Desisto.

Fase 3 (o "como caer lo mas despacio posible"): En efecto, hay 5 puntos en la sala desde los que puedes saltar sin que te vea nadie. Los descubro tras un buen rato de inspección y cálculo de trayectorias. Empiezo saltando poquito. Descubro que si doblo las rodillas al caer suena menos. Empiezo a saltar lo más alto que puedo y al caer me agacho hasta el suelo. Es patético, pero no me doy cuenta hasta que veo que alguien observa como mi cabeza aparece y desaparece por encima de las estanterias. No tengo suficiente confianza en mi mismo para seguir.

Fase 4 (o "Al fin un poco de sentido común"): Me doy cuenta de que hay una escalerilla para los que no llegan a por los libros dejada contra la pared. Me siento tonto pero feliz. Localizo el libro. Llego al pasillo y meto la mano. Un tio me ve y hago como que me apoyo en plan gimnástico. Sospecha algo. Inspecciona la estantería ceñudo mientras yo doy un paseo disimulón. Se aburre y se va. He ganado ja ja.

Espero que los 35 minutos hayan quedado suficientemente justificados. A ver si no pierdo tanto el tiempo para leerlo y liberarlo otra vez.



Journal entry 6 by Anla(11/11) from Benalmádena, Málaga Spain on Friday, November 28, 2003


Creo q una vez cazado, ya es hora de decir cual era el truco para está caza.....y ahora, querido Chaman, puedes acabar de darte cabezazos contra la pared, o las estanterías, o la escalera... como quieras.



(La fotografía de arriba está hecha desde la hemeroteca de telecomunicaciones, en el piso de arriba, ¡desde donde puede verse la parte superior de todas las estanterías! En fin…)

(Porcentaje de realidad: 100%)

sábado, enero 15, 2005

Mi móvil y yo

Yo era un tipo bastante solitario hasta que me compré un móvil.

Parece extraño, pero a la gente le cuesta llamarte cuando no tienes móvil. Llamar a un fijo implica enfrentarse a una voz desconocida y tener que preguntar “¿está…?”. Además, los fijos no tienen mensajes. Los mensajes son el escalón que faltaba para iniciar una amistad, o cualquier otra relación. Gracias a ellos es fácil superar ese difícil periodo en el que aún no hay confianza suficiente para una llamada de voz.

Así que un día decidí convertirme en un ser social y compré el móvil. Al principio fue estupendo, gané nuevos amigos enseguida. Me llamaban, me daban toques, me enviaban mensajes…

Pero pronto noté algo extraño: El icono que había puesto en la pantalla de mi móvil (la cara de una rana muy seria) había empezado a sonreír. Lo hacía de una forma tan sutil que me permití el lujo de ignorarlo, achacándoselo a mi imaginación.

En poco tiempo, las casualidades y los detalles empezaron a ser tan abundantes y evidentes que no tuve más remedio que desconfiar. Siempre que me sentaba en la universidad cerca de alguna chica atractiva, el móvil se “caía” de mi bolsillo para acabar debajo de su pierna. Si lo encerraba en la mochila, sonaba en los momentos más inoportunos. El botón de apagado dejó de funcionar, obligándome a llevarlo encendido todo el tiempo y haciendo el problema más grave. Además, siempre escogía él sus propias melodías. A mí me gusta el timbre clásico pero, en cuanto me descuidaba, se cambiaba por su cuenta a músicas exóticas, ritmos caribeños y cosas por el estilo. Un día me enfadé y le borré todas las melodías. Como venganza, el timbre comenzó a fallar en ciertas llamadas (solía “coincidir” con las llamadas de mujeres jóvenes y guapas). Nos enfadamos, nos enfadamos de verdad. Yo empecé a recargarle la batería cuando aún no estaba vacía, y el empezó a trastocar mis mensajes (escudándose en errores “accidentales” del teclado predictivo), haciéndome quedar en ridículo delante de todos mis amigos.

Lo peor de todo es que a mis amigos les hacía gracia. “Tienes un móvil muy divertido” me decían, releyendo mis mensajes saboteados. Hasta que un día, por fin, nuestra relación estalló. Yo había bebido más de la cuenta, y mi móvil tenía demasiada cobertura. Él sonaba y sonaba, y yo le gritaba con todas mis fuerzas. Reconozco que me excedí, incluso llegué a golpearlo. Al día siguiente, cuando me desperté, no lo encontré. Lo busqué por toda la casa, pero no hubo manera. Me quedé sin móvil… Y sin amigos. No volvieron a llamarme desde entonces. Desaparecieron misteriosamente a la vez que mi teléfono.

Un día mi hermano se acercó a mí y me preguntó:

-¿Tú acabas de mandarme un mensaje?

-Yo no. Perdí el móvil hace casi un año, ¿por qué?

Mi hermano me enseño entonces su móvil.

-Es que acabo de recibir este mensaje desde tu teléfono.

Cogí el móvil de mi hermano con mano temblorosa. En la pantalla solo encontré esto:



(Porcentaje de realidad: 2%)

jueves, enero 13, 2005

La explicación

En efecto, ya tengo una explicación: En mi pueblo están mal de la cabeza.
(Pulsa sobre el artículo para agrandarlo y leerlo mejor)


(Fuente: El Noticiero de Benalmádena)

Con razón ocurrían cosas extrañas... Este ha sido el simulacro más bestia que he visto en toda mi vida. Se lo tomaron en plan superproducción de Hollywood. En fin, así se hacen las cosas en mi pueblo, a lo burro.

Me la colaron bien. Pero en mi defensa debo decir que, si caí inocentemente a pesar de todo lo que no encajaba, no fue por la actuación de los bomberos, ni por el hecho insólito de que metieran a gente en el interior de un coche volcado, ni siquiera por la convincente interpretación del muerto, que no se movió en la hora y media que estuve vigilándolo con los prismáticos. Lo que de verdad me convenció fue la actuación magistral de esta tia pirada:





Si la hubierais visto llorar, gritar, lanzarse sobre los restos del accidente y patear al policía que intentaba detenerla, vosotros también habríais creído. Mis felicitaciones a ella, a su profesor de interpretación y a su psiquiatra.

Claro que, entonces, no me di cuenta de la sonrisilla que llevaba el policía que la sujetaba.

(Porcentaje de realidad: 100%)

C.S.I. Benalmádena

Hoy, en la explanada que hay frente a mi ventana, mientras estudiaba, ha ocurrido un accidente. Ha sido un accidente terrible, con dos coches y un camión de autoescuela involucrados, y al menos cinco heridos que salían en camilla. Así estaban las cosas:



No es la primera vez que ocurre una desgracia en este lugar. He visto caídas de motos, faros reventados, retrovisores arrancados, y hasta dos perros atropellados. Y, durante años, hubo una corona de flores colgada en la misma farola que hoy empapaba la espuma de los bomberos.

El problema es, en mi opinión, que la explanada es enorme y está perfectamente asfaltada. Las desgastadas marcas de los carriles apenas son visibles y la gente se desorienta. Si a eso sumamos la sensación de libertad que produce semejante espacio abierto, que incita a los conductores a hacer derrapes y a probar la velocidad punta de sus vehículos, tenemos la mezcla explosiva causante de tantos problemas.

Pero el siniestro de hoy me tiene pensativo y, a riesgo de parecer un psicópata, tengo que decir que no se debe a la aparatosidad del choque, ni al drama de los involucrados. Estoy intrigado porque no logro explicarme una serie de detalles misteriosos que rodean al accidente, y que me hacen desconfiar de mi capacidad de percepción y de la mismísima física. Estos son:

- Yo no vi el accidente. Estaba sentado frente a él, a menos de cien metros y sin ningún obstáculo de por medio, pero no escuché nada que me hiciera levantar la vista de los apuntes (cosa bastante sencilla por otro lado) hasta que llegó el primer camión de bomberos.

- El camión de autoescuela quedó intacto: Uno de los coches tenía el morro debajo de la cisterna, y el otro estaba volcado encima del primero, pero ninguno tocaba el camión. Sin embargo, el incendio, cuyo humo incitó a mi abuela a llamarme por teléfono aterrorizada, se produjo al otro lado de la cisterna. Cuando retiraron los coches ninguno parecía quemado, y tampoco el camión. ¿Qué es lo que estaba quemándose?

- Una de las víctimas acabó en un árbol: un árbol que no estaba en el suelo sino encima de un muro de más de cuatro metros de altura. En total, debió de ascender unos siete metros. Los bomberos tuvieron que utilizar la escalera del camión para rescatarlo. ¿Cómo llegó hasta allí?



- Había tierra en el suelo, una cantidad considerable, que tuvo que retirar una excavadora (aprovechando que venía a sacar los coches de debajo del camión). La única zona de la que podía haber salido la tierra, en muchos metros a la redonda, no se había visto afectada, y seguía cubierta de vegetación intacta después del accidente. ¿De dónde procedía entonces?

- ¿Por qué desplegaron un hospital hinchable en la explanada, y no se llevaron a ningún herido en las ambulancias, habiendo un ambulatorio a solo 500 metros del lugar del accidente?



Por si todo esto no fuera suficientemente extraño, hay que añadir que la parte de la explanada en la que se produjo el accidente se encontraba hoy totalmente libre de coches. Siempre está abarrotada, pero ayer por la noche la policía despejó la zona con señales de “prohibido aparcar”. Cuando me senté a estudiar por la mañana, apenas dos horas antes de que ocurriera todo, vi el camión de autoescuela, rodeado por un montón de adolescentes, y varias cámaras de televisión grabándo la escena. ¿Qué era eso? ¿Un simulacro morboso? ¿Un anuncio de autoescuelas? ¿Un video de la MTV? ¿Fue todo el accidente una toma fallida de Torrente 3?

Agradeceré cualquier testimonio que pueda ayudar al esclarecimiento de los hechos.

(Porcentaje de realidad: 100%)

lunes, enero 10, 2005

Bucles

Hay personas a las que no les gusta conservar recuerdos. Eso se debe a que su vida no está formada por bucles.

Yo también he creído alguna vez que los objetos no son necesarios para recordar el pasado, que basta con la memoria. Suelo pensar así en las épocas en las que mi vida camina hacia delante. Hay temporadas en las que cada mes es distinto al anterior, cambio tras cambio, y uno se dice: “¿Quién quiere recuerdos? Yo sé lo que he vivido”.

Pero luego, de pronto, uno se da cuenta de que ha acabado en el mismo lugar en el que ya estuvo mucho tiempo atrás, rodeado de las mismas personas, los mismos olores y las mismas sensaciones.

for (i = 1 ; i < ¿quién sabe? ; i++) {
      mañana( );
      tarde( );
      noche( );
}

Ese bucle es el enemigo de la memoria. Las neuronas se desorientan y los recuerdos ya no parecen tan firmes. Los círculos cerrados engañan.


A mi me ocurrió hoy en clase. Miré hacia delante y nada había cambiado desde el diez de enero del año anterior: las mismas cabezas, peinadas igual, escuchaban al mismo profesor desde las mismas sillas. La luz era igual, el tacto del bolígrafo, el sonido de la tiza en el encerado… El bucle que había empezado doce meses atrás se cerró, y me invadió la impresión aterradora de no haberme movido, como si hubiera soñado todos los recuerdos del último año en una cabezada accidental de cinco minutos. La sensación era tan nítida que llegué a creer realmente que había inventado los últimos meses… Si a Zack le ocurrió en un episodio de Salvados por la Campana, ¿por qué a mí no?

Entonces, justo entonces, recordé los recuerdos. Recuerdos de tela, papel y metal que duermen en mis bolsillos. Los busqué a ciegas con los dedos y los encontré en su lugar, tangibles, reales, indelebles. Uno de ellos me habló en morse, dándome golpecitos en el pulgar:

–No te preocupes –me dijo–, no estás atrapado. No es el mismo instante, sólo son dos instantes iguales.

No es un bucle, sólo son dos líneas iguales en el código.

(Porcentaje de realidad: 50%)

domingo, enero 09, 2005

¡¡¡Aaaaaaahhhhhhh!!!

Ayer fue el primer día del mes y medio que me espera haciendo esto:


No, no me tengáis lástima, podría ser peor... Podría ser el último día de vacaciones, hacer frío, y estar yo medio enfermo...

Grrrr...

(Porcentaje de realidad: 100%)

jueves, enero 06, 2005

Los bomberos

El otro día estábamos tomando algo en la tetería de mi pueblo, cuando se me ocurrió decir que los bomberos no deberían acudir a salvar a los gatos que se suben en los árboles. No, no te extrañes: uno del grupo es bombero, otro intenta serlo y otra es voluntaria en protección civil, así que el tema "bomberos" se ha convertido en uno de los más traídos y llevados.

El caso es que a mí se me ocurrió decir aquello, que los bomberos son para las personas y no para los gatos, completamente convencido de que todo el mundo compartiría mi opinión. Al principio soltaron una carcajada, que no comprendí. G vio que me había quedado serio y, frunciendo el ceño, me preguntó:

-Es broma, ¿no? Lo dices por discutir…

-No, lo digo de verdad, es lo que pienso –contesté yo.

¡En mala hora se me ocurrió abrir la boca! El buen rollo se interrumpió de repente. Todos se callaron y me miraron con ojos asesinos (“Ojos de gato” pensé).

-¡¿Serías capaz de abandonar allí al pobre gatito, maldito monstruo?! –gritó alguien.

-Yo, yo… -balbuceé.

Ya era demasiado tarde para solucionarlo. Por suerte, me había sentado cerca de la puerta. Tenía la espalda helada pero, al menos, la huída del local resultaría sencilla. De un salto bajé del taburete (¿Por qué tienen que hacerlos tan altos?) y, de otro, escapé a la calle. Escuché como se volcaban las sillas de mis amigos al lanzarse en mi persecución. No miré atrás. Eché a correr como un loco, consciente de que mi vida corría serio peligro si caía en sus manos. Detrás de mí, sus voces amenazantes y sus pasos acelerados ganaban terreno. Eran las dos de la madrugada y las calles estaban vacías. “Alguien se despertará con todo este jaleo y llamará a la policía” pensé esperanzado.

Atravesamos a la carrera la calle de los antiguos cines de verano, donde en tiempos remotos proyectaban Flash Gordon a la luz de la luna.

-¿Quieres subir? -se ofreció un cochecito mecánico a nuestro paso.

Cruzamos por delante de la perfumería de mi madre, y una bella modelo de cosméticos me animó con su sonrisa recién pintada desde un cartel del escaparate.

Por fin, llegué al parquecito del centro. Años atrás, mi primo me había contado que, cierto día, cuando salía de trabajar, había visto a dos niñas balanceándose en los columpios de aquel parque, solas a las cuatro de la madrugada, y vestidas con impecables trajes blancos de comunión. La visión se apoderó de mí. Busqué los columpios con la mirada y, aunque los encontré vacíos, me pareció que se movían. Me acobardé y decidí que no iba a entrar en el parque. A lo lejos, los gritos de mis perseguidores se hacían más intensos, a medida que recuperaban los escasos metros que había conseguido robarles. Acorralado, no vi otra solución que subirme al primer árbol que encontré (un enorme caucho, más viejo que el propio pueblo, que cobija a los abuelos a la entrada del parquecillo en los calurosos días de agosto). La adrenalina me empujó hasta lo más alto del árbol. Solo me detuve cuando mi cabeza asomó por encima del follaje y pude ver, a mis pies, el pueblo entero, vacío, fantasmal, iluminado únicamente por el tenue resplandor de la decoración navideña.

Esperé allí sentado durante un largo minuto, atenazado por el miedo y el frío. De pronto aparecieron mis perseguidores. No me vieron y tuvieron que detener su carrera. Llevaban antorchas y orquillas, y las zarandearon en el aire al comprender que me habían perdido.

-Ya aparecerá –sentenció G, y el grupo se disolvió.

Seguí acurrucado durante casi una hora, consciente de que aún podían estar acechando en alguna parte. Por fin decidí moverme. La humedad helada había bloqueado mis articulaciones. Miré hacia abajo y sentí un vértigo atroz. ¿Cómo podía haber llegado hasta tan arriba? Intenté dar un pasito, pero me patiné y me golpeé en la cara. Aterrorizado, me abracé a la primera rama que encontré. Estaba atrapado.

Cogí el teléfono móvil, marqué el número de los bomberos y dije:

-Miau.

(Porcentaje de realidad: 40%)

lunes, enero 03, 2005

Des-integrado

Antes iba a un gimnasio para aprender Jeet Kune Do. Vestíamos de negro, con misteriosos símbolos asiáticos en rojo y amarillo. Entrenábamos los músculos para hacerlos rápidos y flexibles, aprendíamos la psicología del luchador, ensayábamos los movimientos más eficaces para desintegrar al enemigo en un solo golpe: “Ojos, testículos y rodillas”.

Un día, nos juntamos a la salida en una cafetería cercana al gimnasio, para celebrar el cumpleaños de Jack, el profesor. Le habíamos comprado un regalo, y nos invitó a una ronda. Había buen rollo en aquella mesa, un buen rollo criminal. Éramos duros, peligrosos… El profesor brindaba con su jarra, y nosotros, sus esbirros, coreábamos “¡salud!” como una sola voz. Entonces Jack se levantó y dijo:

-Así, tíos, así debe ser. No somos solamente una clase de Jeet Kune Do, somos algo más. ¡Somos una piña!

Aquellas palabras me hicieron un efecto inmediato. Me desplomé en la silla, preocupado, y sí, asustado. Me di cuenta de que me había integrado en aquel grupo. Al día siguiente me desapunté y no volví jamás.

Espero aún que llegue el día en el que yo mismo comprenda mi necesidad de ser raro. No es una actitud premeditada. Si me preguntas, te diré que me siento solo, que estoy deseando formar parte de algo, que sueño con integrarme… Ojalá estuviera en mi mano, pero no es algo que yo pueda decidir. Ocurre sin más: cuando estoy a punto de lograrlo… Me desintegro.

(Porcentaje de realidad: 95%)