miércoles, diciembre 29, 2004

Luces de colores en una terraza anónima

El otro día, estaba dando una vuelta con unos amigos y vimos algo que nos llamó la atención: En la fachada de un gran edificio había una terraza repleta de luces de Navidad. Ninguna otra terraza tenía el más mínimo adorno, pero aquella estaba completamente llena de bombillas, más de lo que recomendarían el buen gusto y los anuncios de Unión Fenosa. Todos pusimos cara de asco y alguien dijo: "¡Hay que ver que hortera que es la gente!". Fuimos a una tetería, tomamos lulo, charlamos, averiguamos lo qué era el lulo y mandamos mensajitos por el móvil. Sin embargo yo no podía dejar de pensar en aquella terraza. Planeaba ir a cenar con los demás al salir del local, pero me inventé un dolor de estómago y me escapé del grupo. Recorrí de vuelta las calles del paseo y llegué hasta el edificio. Conté los pisos: la terraza en cuestión estaba en el séptimo. Llamé a una letra al azar en el porterillo automático.

-¿Sí?
-Hola, ¿es usted el que tiene las luces en la terraza?
-No, ese es el del C.
-A, perdón, ¿puede abrirme de todas formas?

Cantó la cigarra y entré en el portal. El ascensor era oscuro y olía a rancio, pero subió muy deprisa. Me planté frente al séptimo C y llamé al timbre.

-¿Quién es? -preguntó una voz ronca, de viejo, desde el otro lado. No abrió la puerta.
-Hola, ¿es usted el que tiene luces de colores en la terraza?
-Sí, ¿qué quieres?

Dudé un momento, pues no sabía muy bien como plantear mi duda. Por fin dije:
-¿Es usted gay?
La voz vaciló un instante.
-No, pero ¿a qué viene eso?
-Entonces, ¿vende usted bombillas?
-¿De qué va esto? No, no vendo bombillas.
Me quedé un rato pensativo pero, al final, me atreví a preguntárselo:
-¿Y por qué tiene usted toda la terraza llena de bombillas? No consigo explicármelo.
La voz ronca se echó a reir, pero la interrumpió un ataque de tos.
-Es para fastidiar al vecino de la terraza de enfrente -dijo cuando se le hubo pasado-. Es un payaso, se lo merece.
-¿Quiere fastidiarle poniendo luces de Navidad?
-Sí, es que es epiléptico.

Reconozco que sentí un gran alivio al recibir una explicación tan sencilla al enigma que me traía tan preocupado. Di las gracias a la voz y bajé corriendo por las escaleras. Aún podía llegar a tiempo para comer un kebap con mis colegas en el turco de Pueblo Blanco.

(Porcentaje de realidad: 45%)

lunes, diciembre 27, 2004

Dios, la probabilidad y los productos de mi tierra.

Había un señor muy sensato que sabía que, en este mundo, todo es cuestión de probabilidad. Estaba convencido de que no existía el destino, ni manos divinas que orientaran las circunstancias en una dirección deliberada.

Sin embargo ocurrió que, durante dos semanas cruciales en las que un difícil problema lo traía por la calle de la amargura, el mundo entero conspiró hacia un mismo punto. Iba en el tren y leía, rayado en una ventana, el nombre que él tenía en la cabeza; veía una película y escuchaba la frase que llevaba días obsesionándole; hablaba con sus amigos y captaba, en sus palabras, dobles sentidos accidentales que coincidían siempre con aquello que le preocupaba. ¿Qué probabilidad había de que se dieran todas aquellas coincidencias? ¿¡Una entre mil!? A partir de entonces, aquel señor creyó en un Dios todopoderoso.

Esa es la razón de que una de cada mil personas crea realmente, y a pies juntillas, en un Dios todopoderoso.

Claro que, como cada uno elige un Dios distinto, necesariamente están casi todos equivocados. Este señor fue lo suficiente sensato como para no ponerle cara a Dios. Se lo imaginó siempre como una masa informe, de color indefinido, algo así como una morcilla de Burgos.

(Porcentaje de realidad: ¿?)

miércoles, diciembre 22, 2004

No es culpa mía que vengan sin instrucciones

(Fragmento de una carta)

Ayer estuve en casa de G. También estaban allí unos amigos suyos, un matrimonio con un crío pequeño. Sostuve al bebé un rato, pero no sabía como funcionaba. Me lo senté en una pierna y se echó a llorar.

-Por favor -dije-, no sé que hacer con él, que alguien lo coja.

La madre me lo quitó de las manos y me dijo:

-Pues así no vas a llegar a ser un buen padre.

-Seré un buen padre, pero una madre espantosa -contesté yo.

Ella me miró de reojo y soltó entre dientes: "machista". Me sentó como un tiro, me fastidió la tarde. Todavía me estoy preguntando qué es lo que quise decir cuando dije aquello. Sé que no era algo machista.

Luego, la madre (que también es empleada de banco) me explicó que las dos formas de desgravar a mi alcance son o bien un plan de pensiones o bien una cuenta de ahorro vivienda, y que en ing direct, a pesar de la propaganda engañosa, dan el mejor interés. Ahora solo me falta tener dinero. Bueno, al final aprendí algo... Al menos, aunque fastidiada, la tarde resultó productiva.

(Porcentaje de realidad: 98%)

domingo, diciembre 19, 2004

Zombi

La sombra siempre camina sola. No es alguien, sino el fantasma de alguien. Come a sus horas, se acuesta y deshace la cama, y hasta se ve en el espejo –aunque nunca reconoce su propia cara-. La sombra tiene dos pupilas en cada ojo, enfrentadas: Una de mentira, que mira hacia fuera, y otra de verdad que está contra la cuenca, ciega, intentando ver lo que es invisible. La sombra se diluye a veces para que no la encuentren, su piel se vuelve ceniza y sus brazos encogen hasta que los dedos se pierden dentro de las mangas. Es que, para ella, todo lo que esté por delante de su cara es fondo; el primer plano se desliza por dentro de su cráneo, en forma de nostalgia corrompida por miedos de crío.

Gabri, un amigo de mi hermano, dijo una vez que vino a cenar:

-A mí lo que me da miedo son los zombis. A los monstruos o a los asesinos se les puede disparar y matar pero, ¿qué puedes hacer contra un zombi si ya está muerto?

¿Y si el zombi soy yo mismo? ¿Qué puedo hacer entonces?

(Porcentaje de realidad: 60%)

viernes, diciembre 17, 2004

Mi casa

Ya regresé, aunque me dejé un trozo por el camino. Mi pueblo es precioso.

Me he dado cuenta de algo extraño al regresar... Aquí, en mi pueblo, la gente parece formar parte del lugar en el que vive. Da la sensación de estar todo integrado, objetos y personas, como un solo bloque indivisible. En cambio allá, en la gran ciudad, tuve la sensación de que las personas que habían construído los edificios y las personas que los habitaban eran diferentes. Como si todos estuvieran viviendo en la casa de otro... Como si un pueblo nómada se hubiera encontrado de pronto con una ciudad abandonada, y hubiera decidido ocuparla.

(Porcentaje de realidad: 100%)

martes, diciembre 14, 2004

Ciudad capital

Queridos todos STOP Estoy viviendo en un piso con cuatro tias STOP no tengo que hacer la cama y viajo en metro STOP Adoro este lugar STOP Ayer colaboré en la reparación de una persiana y casi pierdo la mano STOP Tengo heridas múltiples y una recién adquirida fobia a las cosas que se enrrollan STOP Al menos ahora abre hasta arriba STOP

(Porcentaje de realidad: 100%)

viernes, diciembre 10, 2004

Un autobús llamado deseo

Mañana me voy de viaje. He comprado un gorro enorme para el frío de allí (que jamás me podré poner en mi tierra); tengo el billete, la maleta hecha, he recargado el móvil y la cámara de fotos, me he cortado el pelo, he mandado los correos que tenía pendientes y alguien me ha llamado para decirme "buen viaje".

¿Y qué hago ahora?

Me sobran 14 horas en blanco antes de subirme al autobús. Esto de la previsión es un asco.

(Porcentaje de realidad: 100%)

jueves, diciembre 09, 2004

Odio al pino de Navidad por no ser lo que era

Cuando era pequeño, me encantaban las Navidades. Las prefería al verano, sin duda, aunque fuesen tan breves y tan frías. ¿Y sabéis por qué? Era por ese viejo de mentira, Santa Claus. Mi madre se trajo las tradiciones de América, así que los Reyes solo pasaban por mi casa de rebote. Ni siquiera les escribíamos y nunca traían regalos. Nos dejaban unos dinerillos, eso sí, y una nota larguísima, escrita con una caligrafía barroca y preciosa… La caligrafía de mi abuelo, que yo reconocía al primer vistazo (por mucho que mis padres intentaran convencerme de que todos los viejos escriben igual).

Pero en Santa Claus sí creía. Creía a pies juntillas, más que en el niño Jesús. El día que supe la verdad todo se volvió “lógico”. Es triste dejar de creer en Santa Claus… Pero lo realmente triste es dejar de creer en el mundo en el que podría existir un Santa Claus.

Ya no me gusta la Navidad, no por lo que es, sino por lo que no es.

(Porcentaje de realidad: 80%)

miércoles, diciembre 08, 2004

Objetos

Comparto habitación con mi hermano pequeño. El otro día, muertos de sueño y con las luces apagadas, nos dio por discutir cuestiones existenciales. Mi hermano decía que no somos más que materia, máquinas muy complejas. Yo le respondí que no lo sabía, pero que la “consciencia”, la sensación de existir, no la tienen los objetos. Le solté mi discurso favorito:

-¿Acaso tiene una cuchara consciencia? ¿Y un abrelatas? ¿Y una lavadora? ¿Y un ordenador? Si una máquina pudiera ser consciente, ¿hasta qué complejidad habría que llegar para conseguirlo? ¿No te parece que debe de haber una diferencia cualitativa, y no solo cuantitativa?

Mi hermano me respondió tranquilamente:

-¿Cómo sabes que una cuchara no es consciente?

No pude contestarle. La verdad es que no tengo ni idea… Tenía un playmobil cuando era pequeño al que jamás podré imaginar como algo inerte. Mi estado de ánimo da bandazos de un lado a otro cuando habla mi teléfono… Y el billete de autobús para Madrid que compré el lunes me llama por las noches, y me pide que vaya a verle.

El próximo día que nos de por discutir a las dos de la mañana, hablaremos del War Craft III.

(Porcentaje de realidad: 95%)

domingo, diciembre 05, 2004

Ha habido cambios

Ala, ¡que nadie se asuste! (es decir, ninguno de mis tres lectores). He hecho unos cambios sin importancia en el blog. Por ejemplo, ahora se llama de otra manera. La verdad es que el nombre que tenía antes lo había decidido en diez segundos, cuando pensaba que este blog solo era una prueba y que no escribiría nunca en él. El nuevo título es más representativo. Me gusta pensar que mi blog es como un muñeco de ventrílocuo, muy útil para decir las cosas que nunca deberían salir de mi propia boca. En cuanto a lo de Saint Olaf... Supongo que los fans de "Las chicas de oro" ya lo habrán reconocido. De todas formas, he recortado el trozo de guión en el que se cuenta la historia del malvado ventrílocuo de Saint Olaf, y la he pegado abajo, por si queréis saber de donde lo he sacado. Sí, lo sé, soy un freaky y me encanta.

sábado, diciembre 04, 2004

Diez segundos

No soportaba a la persona Cela, pero adoraba al escritor Cela.

Y uno se para a pensar: Pero… ¿Es que no son la misma persona? ¿Qué diferencia hay entre el viejo que hablaba en televisión y el viejo que hablaba en las páginas de los libros?

La diferencia son diez segundos para pensar.

Dime la verdad, ¿cuánto tiempo piensas lo que vas a decir? Tú y yo sabemos como funciona esto de las conversaciones. Alguien te habla y tu cerebro responde. No tú, sino él. Hablar es un acto reflejo. Odio cuando la gente dice: “¡Es que habla sin pensar!”. ¿Acaso alguien habla pensando? Cela era encantador, pero sus reflejos eran groseros.

Yo soy la persona que va diez segundos por detrás del cretino que parezco. Sí, quizá yo también sea un cretino, pero es seguro que somos cretinos diferentes.

Ojalá pudiera hablar en persona con alguien… Pero no puedo. Alguna vez, cuando alguien me hace una pregunta, le digo a mis reflejos: “Esperad, dadme diez segundos, dejadme contestar a mí”. Mis reflejos son obedientes y me conceden esa petición, pero no ocurre lo mismo con mi interlocutor. Nadie te da más de cinco segundos para contestar. Nadie comprende mi latencia.

Al final, los reflejos toman el control de nuevo, con una sonrisilla despectiva, como diciendo: “Ay, anciano lánguido, tú dedícate a escribir, que es lo tuyo. Yo me encargo del parloteo.”

Yo solo digo la primera frase, las demás no son mías. No me las tengáis en cuenta.

(Porcentaje de realidad: 95%)

jueves, diciembre 02, 2004

Chuches

¿Habéis comido gominolas últimamente? Mi amiga P me abrió hace poco los ojos a un nuevo mundo de posibilidades. Son ricas, bonitas, plásticas... Es como comerte los juguetes, lo que siempre quise hacer cuando era niño.

Si vais a comprar, os aconsejo los cerebros. Son difíciles de encontrar, pero deliciosos. Los huevos fritos no están mal (aunque nunca entenderé por qué le ponen a una comida la forma de otra comida). Si compráis moras, llevadlas en una bolsa separada, o las bolitas se pegarán en todo lo demás. Los dientes postizos saben fatal y están acartonados, pero son muy útiles para hacer el tonto.

Por cierto, no sé si decíroslo, quizá esté echando abajo uno de vuestros mitos de infancia (así ha sido en mi caso)… Nunca desenrolléis el regaliz para ver lo que mide… Os llevaríais una decepción, apenas tiene cuarenta centímetros (ochenta si separas los dos hilos). Si lo vierais estirado, los diez céntimos que cuesta os parecerían una estafa.

Ahora bien, os lo aviso: Tened cuidado de no comer demasiadas. El entusiasmo del primer momento puede llevarte a un consumo desmesurado. Yo engullí tantas que se me plastificó el estómago. Lo he pasado regulero… Ahora sé como debió de sentirse el homo erectus que descubrió, allá en tiempos remotos, que el caucho no es comestible.

Claro, que es posible que, en mi caso, el malestar se debiera a otras razones. Lo cierto es que lo comí todo en un cine oscuro, sin poder ver lo que me metía en la boca... Y no cogí las gominolas directamente de la bolsa, sino que fue mi amiga P quien me las fue pasando, una a una... Nunca he sido desconfiado –ni tengo razones para empezar a serlo con mi amiga-, pero juraría haber captado, al salir del cine, cierto regusto pasajero a Milán Nata.

(Porcentaje de realidad: 90%)

P.D. Debería investigar de una vez por qué le llamaban “homo erectus” a ese mono, y dejar de sonreírme cada vez que escucho ese nombre.

miércoles, diciembre 01, 2004

El maestro

Me dejé la tarjeta del gimnasio en el bolsillo de un abrigo, que mi hermano se llevó al instituto esta mañana. Sin ella no puedo cruzar el trinquete de la entrada. Mientras mi tarjeta vivía una segunda adolescencia en una clase de bachillerato, yo he tenido que colarme en el gimnasio como un vulgar delincuente, por la puerta de atrás, cuando nadie me veía. Se me ha puesto cara de criminal. He entrenado como los presos de las películas en la cárcel, con los ojos entornados y los dientes apretados. Creo que he levantado más peso.

Había un señor dándole lecciones a un chaval sobre como debía hacer los ejercicios. Le decía: “¡espalda recta!” o “¡hasta el final, hasta el final!”. Lo decía tan convencido, y tenía una expresión tan segura, que todos los demás nos hemos puesto a escucharle. Además, hablaba con acento extranjero, como los entrenadores de fútbol. Nos hemos pasado la mañana tomando notas, observando sus métodos, siguiendo sus indicaciones…

Al salir del vestuario, me he asomado a la sala de pesas otra vez, y ya se había ido todo el mundo. Sólo quedaba el señor. Estaba en una máquina, intentando hacer un ejercicio. ¡Era la cosa más torpe que he visto en toda mi vida! Nunca he sabido lo que son los “monos de agua”, pero seguro que se mueven de una forma parecida. Con la sorpresa no me cuidé de esconderme, y el señor me sorprendió sorprendiéndole.

-No se lo digas a nadie, por favor –me rogó sin su acento extranjero.

-¿Y si alguien se lesiona por seguir los consejos de un maestro que no sabe lo que hace? -contesté yo.

El señor meneó la cabeza y me dijo:

-Yo sí sé lo que hago: Hago teatro.

No le delataré. Al fin y al cabo él no había mentido, éramos los demás quienes nos equivocábamos. Creíamos estar recibiendo lecciones de culturismo, cuando en realidad nos estaban dando una clase magistral de interpretación.

(Porcentaje de realidad: 70%)